
Queridos míos, es inevitable. Ni siquiera los más ilustrados podemos escapar al fango del sentimentalismo. Yo que, de manera tan elegante, había sido la zorra provinciana, la zorra intelectualoide e, incluso, la zorra pérfida, me he convertido en la zorra mártir. Es curioso, a la par que mudable, el divertido mundo de las zorras. Bollos y pastas a parte, soy una hermana de la caridad. Es triste, pero tengo que admitirlo.
Cómo he llegado a este estado, de dulce masoquismo, es algo que todavía no logro comprender. Habré de pensar en ello. Quizá sea que me he tornado vulnerable, débil y tendente a un estúpido optimismo antropológico. Eso ha de ser. Cuánto mal ha hecho Rousseau. No seáis nunca zorras optimistas, hedonistas o estoicas; sed siempre zorras cínicas.
La cuestión que se me planeta ahora es recuperar mi sitio natural en nuestro zorresco ecosistema. Volver a ser quien era, abandonando mi monjil abnegación y tomando las riendas del carro. Probablemente un poco de diversión me ayude. Necesito ser un tanto frívolo. Decididamente, un poco de frivolidad matará a esta triste tarta de crema revenida que soy. El dulce me ha empalagado. Me duele el estómago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario