lunes, 20 de junio de 2011

La crisis del sombrero de plumas

Hay días realmente extraños en la vida de uno. Muy extraños. Hoy ha sido uno de ellos, pues me he sentido como Winona Ryder. Como podréis apreciar, dada la fama e indudable prestigio internacional de esta actriz, gran amiga de lo ajeno, ha sido una jornada digna de recordar. Os la explico, a fin de que podáis hacer escarnio de mi triste suerte y maldecir de mi pobre intelecto.

Esta mañana decidí que sería bueno comprarme un bañador nuevo. Sí, uno de estos cortos, muy cortos. Al fin y al cabo, uno se encuentra ya en disposición de enseñar las piernas. Total, que me lo compré e iba yo tan contento por la Corte. Sin embargo, en mi afán consumista, decidí acudir a uno de esos supermercados de la moda. Craso error. La diosa del Prêt-à-porter decidió vengarse de mi en forma de sombrero de plumas. Sí, plumas, de faisán. Pues bien, allí entré, como decía, en la tienda con mi sombrero. Todo tranquilo y plácido. La tragedia se desencadenó al salir. La alarma de la salida sonaba. De pálido, me torné en el más encendido encarnado. El cancerbero que guarda la entrada del establecimiento me dio el alto, preguntándome dónde y, más importante, cuándo había adquirido yo tan hermoso sombrero. Le respondí que hacía tiempo lo había comprado en el mismo lugar. Al buen hombre no le bastó con mi palabra. A pesar de que uno es honrado, tuvo que comprobar en las cámaras que yo, efectivamente, había entrado en la tienda con el sombrero en la cabeza.

Teniendo en cuenta lo ocurrido, os podréis imaginar mi indignación y vergüenza. ¿Ahora con qué cara me presentaré yo en la misma tienda? ¿Qué pensarían las personas que pasaban? ¿Me confundirían con un vulgar raterillo? Eso debió pasar, seguro que se han dicho a sí mismos, "la zorra del sombrero de plumas es una choriza". Y sí, uno podrá parecer una zorra choriza, pero, en el fondo, es una zorra honrada. Así es la zorra. Quién la conoce, lo sabe.

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