miércoles, 28 de septiembre de 2011

El triunfo de lo inconsciente


En El yo y el ello (1923) Sigmund Freud, padre de la teoría psicoanalítica, describe lo que él llamó modelo estructural del aparato psíquico. En este se distinguen el yo, lo consciente; el superyó, el juicio moral, y el ello, lo inconsciente. Cómo no, el más interesante es el ello. Oscuro, sórdido, poseído por toda clase de deseos inconfesables, sacudido por los más terribles traumas y complejos.

Últimamente, yo, que solía ser tan kantiano, tan amigo de la recta razón, he descubierto mi psique retorcida. Sí. El ello juega una parte muy importante en mi tranquila existencia. Así puedo descubrir que, debajo de lo que pienso de una persona, puede existir una pulsión totalmente contraria. A pesar de mi aire de tranquilo, estoy sujeto a toda clase de dicotomías, placer y dolor, amor y odio, atracción e indiferencia. Todo tan deliciosamente barroco.

Y así me veo ahora, sujeto a una deliciosa tensión mental. Tensión entre lo que creía que pensaba y lo que realmente sentía, tensión entre lo que no sabía y acabo de descubrir, tensión entre lo que creía indiferente y ahora, tras un momento de epifanía, encuentro delicioso. Definitivamente, he perdido el juicio. Desconcertado, contento, asustado, barroco. En fin, en mi cabeza, el señor Freud se ha cargado al señor Kant. ¿En qué acabará esto? Mejor no pensarlo...



Nicola Porpora, "Son qual nave ch'agitata", Artaserse, 1730
Simone Kermes
Venice Baroque Orchestra

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tom Ford en la Bauhaus

El viernes por la noche, al salir del Teatro Real, la zorra pérfida me preguntó "¿qué tal el ballet?" Yo, emocionado, le contesté, "una mariconada, pero una mariconada hermosísima". Esa fue mi impresión de La Belle, montaje basado en La bella durmiente de Tchaikovsky y presentado en el Real por Les Ballets de Monte-Carlo, institución bajo la presidencia de S.A.R. la princesa de Hanóver, ex S.A.S. Carolina de Mónaco.

La verdad es que no es posible cuestionar la pericia de su alteza real a la hora de presidir cosas. Y es que los casinos y un marido aficionado al frasco dejan mucho tiempo libre... Borracheras a parte, La Belle tiene, en primer lugar, una puesta en escena magnífica, a la par que sencilla. Recuerda a Oskar Schlemmer y su Triadisches Ballet, una de las manifestaciones más curiosas de la Bauhaus. De una forma entrañable, también trae a la mente todos los cuentos que hemos leído de niños. Así es su estética, de cuento.

A lo anterior hay que sumar el trabajo de los bailarines. En especial, el de Jérôme Marchand, la Reina Madre, un maromo de dos metros que se pasa toda la función dando saltos y girando cual peonza. Maravilloso. La bella, como es de esperar, era dulce, aunque no muy inocente. El príncipe, con su dentífrica sonrisa, nos muestra cómo perder aceite puede ser de lo más elegante. Aunque, modestia a parte, elegancia la de un servidor, que, según dijeron, parecía salido del taller de Tom Ford. Tom Ford en un escenario Bauhaus. Sólo el Real permitiría tal pastiche.


La Belle

Música de Piotr Ilich Tchaikovsky
Coreografía y dirección musical de Nicolas Brochot
Escenografía de Jean-Christophe Maillot
Les Ballets de Monte-Carlo

Del 6 al 11 de septiembre en el Teatro Real.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Quiero ser vintage


Un ambiguo adonis rubio tocado con un sombrero canotier, un muchacho moderno, el típico gafa-pasta, y una joven con un look y una mentalidad absolutamente vintage. Todos juntos, pero, para desgracia de los dos últimos, no revueltos. Ellos son los excéntricos personajes que presenta Los amores imaginarios, película del franco-canadiense Xavier Dolan.

Esta película ha hecho que uno arda de la envidia. Xavier Dolan, director y uno de los protagonistas, tiene solo 21 años. 21 años y ya dirigiendo sus propias películas... Así nos deja a los demás como zorras perezosas. Pero, al ver la película, no sólo me invade la vil envidia, sino también cierta melancolía. Dos de los personajes caen enamorados del tercero, que se complace en el galanteo. Nadie parece tener mucho éxito. El uso de la cámara lenta y las suites para violonchelo solo de Bach ayudan a que alguna lágrima aparezca.

Además de lo anterior, lo mejor es la estética. Todo un ABC del moderneo. Gafas de pasta, raya en el ojo, pantalones pitillo, jerseys oversize... Delicioso. Recuerda, a veces, a Won-Kar-Wai; otras, a Woody Allen y, muchos de los surrealistas diálogos, a Almodóvar. ¿A quién no le gusta un sombrero canotier, un suéter color mandarina y unas tazas de porcelana?