martes, 25 de octubre de 2011

Estas afiladas saetas...

Es curioso recordar a las personas que han pasado. Descubres pensamientos paralelos, sentimientos encontrados y muchas congojas. Es extraño ver cómo esas personas vuelven y, por desgracia, se convierten en espinas.



Benedetto Ferrari, "Queste pungenti spine, Cantata sprituale".
Philippe Jaroussky
La Arpeggiata
Christina Pluhar


Queste pungenti spine
che ne boschi d'abisso
nodrite ed allevate affliggono,
traffiggono o crudeltade,
il mio Signor e Dio
Son saette divine
che col foco del cielo
addolcite e temprate alletano,
dilettano,
o gran pietade il cor divino e pio
E tu anima mia
non sai che sia dolore
ancor non senti amore?
Stolta che fai? che pensi?
Il tuo Giesu tradito Il tuo Giesu piagato Si lacera,
si macera Ohimè che stato,
Solo per darti vita,
E tu ingrata I sensi ogn'hor Più cruda induri
Sei di cor si spietato
Si rigido,
si frigido,
O stelle,
o fato
Che non procuri aita?
Ben veggio, anima mia
Non sai che sia dolore,
Ancor non senti amore.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La crueldad de los aniversarios


Siempre que escucho el Trío para piano de Claude Debussy me acuerdo de ti. Tú me lo mostraste un día en casa. ¿Lo recuerdas? Nos pasábamos un buen rato escuchando música antes de ir a dormir. Al principio, la pieza no me gustó mucho. Conviene escucharla solo, es íntima, muy ligera y, sobre todo, delicada. Es la composición de un adolescente que despierta a la vida. ¿Sabías que Debussy la compuso con dieciocho años?

La ilusión y brillantez del primer movimiento me hace recordar la noche en que nos conocimos. Hoy se cumple un año. Allí estabas tú con un trench beige, esperándome a la entrada del Retiro. Me pareciste encantador. Luego empezaste a hablar y lo confirmaste. Encantador. Fue una conversación larga y deliciosa. Incluso que me robasen la bicicleta esa misma noche no disminuyó mi gozo. Había encontrado a mi ideal. Un muchacho culto, elegante, educado... Había conocido a un artista.

Sin embargo pasó el tiempo y llegó el desengaño. El chico encantador resultó ser una culebra. Yo estaba enamorado de ti y tú lo sabías. Me hacías ilusiones, luego te apartabas y vuelta a empezar. Tu me torturabas y yo me dejaba torturar. Cada día me hacías sentir más pequeñito, más mediocre, más triste. Cuantísimo daño me hice por tu culpa.

Ha pasado un año y todavía sigo pensando en ti. Siempre tan juicioso, me lo advertiste la mañana en la que te dije que no quería verte más. Te quise mucho, pero ya no te quiero. Simplemente, al pensar en ti, siento pena. Si no hubieses sido tan frío y cruel, habríamos sido muy felices. En fin, el tiempo ha pasado y todo lo que no me dabas tú lo he encontrado en otra parte. Él no toca a Bach, pero tiene más corazón. Eso que tú nunca utilizaste conmigo.


viernes, 7 de octubre de 2011

Dos años en la Corte


Hoy se cumple el segundo aniversario de mi traslado a la Corte. Bien recuerdo el día de mi llegada. Yo era un cateto, provinciano y apocado ex-gordo que llegaba a una ciudad grande donde no conocía absolutamente a nadie. ¿Qué podía hacer? Los primeros días me limitaba a caminar y caminar. El Barrio de Salamanca, la Latina, Austrias, la Gran Vía. Tenía que hacerme a mi nueva ciudad.

Sin embargo, pronto empecé a a salir de mi limitado cascarón mental. La curiosidad, instigada por cierto Pigmalión, comenzó a picarme cada vez más. Así descubrí que la respetable Villa y Corte es una degenerada Babilonia. Conocí el moderneo, el petardeo y, sobre todo, el mariconeo, tan ausente en provincias. Sí. Estuve en toda clase de antros, aunque también supe lo que es tener cerca cultura de verdad. Disfruté en los teatros, me emocioné con los conciertos, me conmoví en la ópera y exulté con toda clase de exposiciones temporales.

Con todo, me volví menos tímido, menos cateto, algo más cosmopolita. La Corte cambió mi forma de vestir, mi forma de pensar, mi forma de actuar... Sí, hijos sí. Creo que soy completamente diferente con respecto a dos años ha. Y más feliz. Aquí me siento libre, sin constricciones. Sin preocuparse por qué pensará la gente. Ay, no sé a dónde llegaré, lo que sé es que, por el momento, no me quiero mover de aquí. ¿Habré llegado a Ítaca?