sábado, 23 de octubre de 2010
Pretextos con demora.
sábado, 16 de octubre de 2010
De perros, celos y amor
miércoles, 13 de octubre de 2010
Spam poligonero
sábado, 2 de octubre de 2010
Chopin y las morcillas

Esta mañana lo vulgar y lo sublime se han unido. Todo comenzó temprano. Tras un breve y reparador sueño, comencé mi rutina de todos los sábados. Prensa del día, panecillos suecos con mantequilla y mermelada de ciruelas, sonatas para piano. En el quinto panecillo, que no último, descubrí que, hoy al mediodía, comenzaba en la Fundación Juan March un maravilloso ciclo de piano dedicado a Chopin y Schumann. Los panecillos casi regurgitan de la emoción.
Sin embargo, antes de entregarme a los brazos de Frédéric y Robert, debía cumplir con otro rito de los sábados. La compra. Ese maravilloso momento lleno de señoras con prisa, ortoréxicos que ven la etiqueta de los yogures como a su peor enemigo y cajeras importadas de Haarlem. Sin embargo, entre tanta vulgaridad y tanto poligonerismo, apareció un tesorito negro embutido en una fina tripa. Sí, la morcilla, tótem al que sacrificaría mi mediocre y poco ilustrada existencia. La hora de la comida se planeaba también muy movida.
Planeando el goce burgalés que me iba a pegar luego, fui a satisfacer mi deseo burgués. Allá que cogí mi bici y ambos nos fuimos rumbo la Calle Castelló, en ese sitio tan feliz y tan felizmente llamado Barrio de Salamanca, donde no cabe la pena y toda miseria está excluida. Allí escuché el maravilloso concierto. Mazurca en la menor, Op. 17 nº4; Polonesa en la menor, Op. 40 nº1, y, sobre todo, Balada nº2 en fa mayor, Op. 38. El intérprete muy correcto, así que todo delicioso. Aunque la mayor delicia esperaba al llegar a casa, unos maravillosos huevos con morcilla de arroz, coronados por un gran melocotón de Calanda y chocolate Lindt. Todo un vulgar orgasmo gastronómico. ¿Con mañanas así, quién necesita a Fernando?