sábado, 23 de octubre de 2010

Pretextos con demora.

Queridos míos, la cuestión es la siguiente. Después de mi desafortunada y traumática actuación como spam, me he convertido en el azote de los morosos. Sí. Ya soy todo un perro de presa. Con el señor Redondo, mi nombre de guerra, no hay plazo que no se cumpla, ni cuenta que no se salde. Por tanto, vigilad la liquidez de vuestras cuentas. De lo contrario, no haréis más que oír, incansable, mi dulce voz.

Advertencias a parte, lo más curioso de la labor emprendida, no es mi celo en la búsqueda del justo pago, ampliamente reconocida, sino la inventiva de los infrecuentes pagadores. Ni el mejor novelista hubiese inventado historias tan peregrinas. Está, por ejemplo, la señora que, desgraciadamente, es inválida y no se puede mover de la cama, pero que también está sola en el mundo, lo que le impide enviar a alguien a pagar. Si es así, ¿cómo ha ido a comprar el plasma de tres mil euros, mi alma? También está la muchacha latina que, a voz en grito, le dice a uno que el noble establecimiento al que uno, con eficiencia, representa le pasa los recibos a otra cuenta, pero se niega a cambiarla. Habráse visto despropósito semejante... A pesar de este catálogo de imposibilidades y crueles contratiempos, siempre existirá el mozo canarión que, con sorna, te dice que liquidará al día siguiente y, a cambio, te responderá con un sms. ¡Qué dechado de cordialidad!

En fin, como veis, mis queridos e ilustrados lectores, pues yo no escribo para zorras analfabetas, para esas escriben otras más listas y, desde luego, más zorras que uno. Me pierdo. Digo que, como veis, un cliente moroso es como un novio que te deja. "Es que quiero ser libre", "Es que no congeniamos". "Es que no pienso en ti lo debido". "Es que eres muy gay para mi". Pretextos, queridos, simples pretextos.

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