sábado, 16 de octubre de 2010

De perros, celos y amor

El perro del hortelano, sin duda la comedia más divertida y hermosa del barroco, nos plantea una pregunta, ¿son los celos producto del amor o acaso es amor consecuencia directa de los celos? La obra nos plantea las dos posibilidades. Por un lado, Diana, con los celos, se da cuenta de que es amor lo que siente por Teodoro. Por otro lado, Marcela, prometida del protagonista, arde con los celos viendo cómo éste se inflama ante los requerimientos de la condesa. Al final de la trama, la cuestión no se resuelve, sino que, simplemente, Teodoro asciende socialmente, accediendo así al matrimonio con Diana, mientras la despechada Marcela ha de conformarse con las sobras.

El que os escribe no puede dejar de sentirse identificado con la pobre Marcela y sus terribles frustraciones. No puedo dejar de pensar que los celos son hijos del amor y no al revés. Cuando aquellos aparecen, se entiende que ya existía éste. Pensar lo contrario es engañarse. El problema de estos sentimientos tan freudianos, tan caprichosamente ambivalentes como son los celos, es que provocan una enorme frustración. Con ellos, se reproduce la eterna lucha entre Eros y Tánatos. El amor nos induce a proteger el objeto, mientras que los celos, y el odio consecuente, nos inducen a su destrucción. Sí, queridos míos, sí. Lo reconozco, hoy me he levantado filosófico. Será amor. Quizá celos.

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