martes, 29 de marzo de 2011

Autocomplaciente envidia


- Eres débil.
- ¿Otra vez así, Fernando?
- Eres débil. No has podido deshacerte de mi.
- Te había hecho desaparecer. Aquel domingo dije que no quería verte más. ¿Lo recuerdas?
- Débil y mentiroso. No te has deshecho de mi todavía. Sigues leyendo lo que escribo. La envidia va a matarte.
- Envidia... ¿Quién no envidiaría el allegretto que es ahora tu vida? ¿Quién no suspiraría por esos ojos verdes, que ahora te miran? Es difícil no sentirse desgraciado ante tamañas oleadas de edulcorada felicidad.
- Ése es tu problema, triste y pequeño histérico, la envidia es el motor de tu pobre existencia.
- Tu motor es es la autocomplacencia, bien lo sabes Fernando.
- Lo sé. Pero, por lo menos, mi autocomplacencia no provoca la frustración a la que tu estás sometido.
- ¿Frustración? Fernando, no me hagas reír. ¿Por qué iba yo a estar frustrado?
- Porque nunca consigues lo que quieres. Te paseas imitando a tus anticuados modelos, actuado como si fueses culto y refinado. Todo para esconder tu simpleza y mediocridad
- Simpleza y mediocridad. Es triste, Fernando. Ni Freud y Jung juntos hubiesen llegado a tan brillante conclusión. Un potosí ha perdido el psicoanálisis.
- No te defiendas ahora con sarcasmos. Sabes que es patético.
- ¿Qué otra cosa me queda ahora?
- Llorar, llorar por aquello que quieres y que se aleja. Eso es lo único que te va a quedar, siempre.

domingo, 6 de marzo de 2011

Chardin o el silencio


La quietud se ha adueñado del Museo del Prado. Y es que, si algo se puede destacar de la obra de Jean Siméon Chardin (1699-1779) es el ambiente de profunda serenidad que transmiten sus obras. Unas obras que, según Pierre Rosenberg, comisario de la exposición, se definen con una sola palabra, silencio.

La exposición que presenta el Prado, primera monográfica que se le dedica al pintor en España, reúne 57 piezas que resumen perfectamente la escasa producción de Chardin. Se trata de una trayectoria que comienza con unas naturalezas muertas que, en palabras de Diderot, tratan de hacer bello lo que se considera feo. De esta época son La raya (1725-1726) o Liebre muerta con zurrón y petaca de pólvora (1728).

En una segunda sección, la figura humana irrumpe en la obra de Chardin. En estas escenas de género, fechadas a partir de 1733, el mundo infantil y juvenil tiene un gran protagonismo y es tratado con gran ternura. Los niños de Chardin se hallan absortos en su juego y sumidos en un ambiente de profunda calma. De esta época destacan Pompas de jabón (1734), La niña del volante (1737) o El benedícite (1740), regalo del pintor a Luis XV.

La exposición finaliza con una serie de naturalezas muertas, todas ellas posteriores a 1748. Estas se distinguen de las primeras por el empleo de una mayor variedad de objetos y por la uso de composiciones más complejas. De entre todas las pinturas, destaca Ramo de claveles, tuberosas y guisantes de olor en un jarrón porcelana (h. 1755), verdadero anticipo de lo que será el género floral en el impresionismo y, concretamente, en la obra de Henri Fantin-Latour.

Por todo lo anterior, la exposición permite al visitante, especialista o profano, adentrarse en la obra de Chardin, un pintor poco conocido, pero contemporáneo de Watteau, Boucher o Fragonard. Un pintor admirado por Cezánne, Matisse, Picasso o Lucian Freud. Un pintor que, en sus propias palabras, se sirve de los colores, pero pinta con el sentimiento.


Chardin 1699-1799

Museo Nacional del Prado
Del 1 de marzo al 29 de mayo de 2011
Salas A y B, planta baja. Edificio Jerónimos.

Pérdida


Esta mañana dos amigos han dejado de serlo. No hubo discusión alguna, ni gritos, ni lágrimas. Cada uno seguía sintiendo cariño por el otro. Simplemente, uno de los dos no pudo seguir con la amistad. Compartir parte de su vida con el amigo le hacía feliz y, a la vez, tremendamente desgraciado. Porque la infelicidad pesaba más, aquel decidió romper. Por cobardía, valientemente... Poco importa.

Vimos a los dos amigos, explicando uno y tratando de comprender el otro por qué habían acabado así. Los vimos después despidiéndose, abrazados, deseándose cosas bonitas.
- Cuídate, cuídate mucho.
- Lo haré.
- Si me necesitas, ya sabes dónde buscarme.
- No me mires así, por favor.
- ¿Cómo quieres que no te mire así?
- No me mires así o acabaré por echarme a llorar. Ve, ve, por favor.

Vimos, finalmente, como uno de ellos se quedaba mirando al otro que, cabizbajo, se iba alejando. Hasta que la ciudad, grande y fría, lo hizo desaparecer.



viernes, 4 de marzo de 2011

Inexorables preguntas

Hay un momento inexorable en el que todo ser humano se pregunta "¿Qué he hecho?". Creo que quien os escribe está en esa fase ahora. ¡Qué terrible! Ante ella, sólo se puede reaccionar de tres maneras, riendo, llorando o tirándose de los pelos. Y sí, uno, que es muy dado a los desórdenes emocionales, ha experimentado todas esas reacciones.

A pesar de la risa, el llanto y las agresiones al cuero cabelludo, nada recomendables, la pregunta sigue siendo qué he hecho, qué he hecho. Pues, queridos míos, he hecho de todo. Tanto, que ahora no sé cómo deshacerlo. He intentado varias cosas. Agarrarme a esperanzas vanas, callarme, ignorar el problema, disimular un poco, fingir, volver a callarme y dejar el teléfono sonar. Pero el teléfono, valiente hijo de perra, sigue sonando. No se cansa, no me deja descansar. Yo me engaño, hago como si nada pasase, como si todo fuese un sueño, como si se confundiese mi oído. Todo es inútil.

Y claro, por fingir, por pretender soltar lastres emocionales y afectivos, me llaman cobarde. Ignorantes y osadas ellas. No saben que lo más difícil y, por ende, lo más valiente es deshacerse de aquello que, fervientemente, deseamos. De aquello que, con fervor, deseamos y, tristes de nosotros, sabemos que nunca podremos tener. Ho detto.