
- Eres débil.
- ¿Otra vez así, Fernando?
- Eres débil. No has podido deshacerte de mi.
- Te había hecho desaparecer. Aquel domingo dije que no quería verte más. ¿Lo recuerdas?
- Débil y mentiroso. No te has deshecho de mi todavía. Sigues leyendo lo que escribo. La envidia va a matarte.
- Envidia... ¿Quién no envidiaría el allegretto que es ahora tu vida? ¿Quién no suspiraría por esos ojos verdes, que ahora te miran? Es difícil no sentirse desgraciado ante tamañas oleadas de edulcorada felicidad.
- Ése es tu problema, triste y pequeño histérico, la envidia es el motor de tu pobre existencia.
- Tu motor es es la autocomplacencia, bien lo sabes Fernando.
- Lo sé. Pero, por lo menos, mi autocomplacencia no provoca la frustración a la que tu estás sometido.
- ¿Frustración? Fernando, no me hagas reír. ¿Por qué iba yo a estar frustrado?
- Porque nunca consigues lo que quieres. Te paseas imitando a tus anticuados modelos, actuado como si fueses culto y refinado. Todo para esconder tu simpleza y mediocridad
- Simpleza y mediocridad. Es triste, Fernando. Ni Freud y Jung juntos hubiesen llegado a tan brillante conclusión. Un potosí ha perdido el psicoanálisis.
- No te defiendas ahora con sarcasmos. Sabes que es patético.
- ¿Qué otra cosa me queda ahora?
- Llorar, llorar por aquello que quieres y que se aleja. Eso es lo único que te va a quedar, siempre.