Hay un momento inexorable en el que todo ser humano se pregunta "¿Qué he hecho?". Creo que quien os escribe está en esa fase ahora. ¡Qué terrible! Ante ella, sólo se puede reaccionar de tres maneras, riendo, llorando o tirándose de los pelos. Y sí, uno, que es muy dado a los desórdenes emocionales, ha experimentado todas esas reacciones.
A pesar de la risa, el llanto y las agresiones al cuero cabelludo, nada recomendables, la pregunta sigue siendo qué he hecho, qué he hecho. Pues, queridos míos, he hecho de todo. Tanto, que ahora no sé cómo deshacerlo. He intentado varias cosas. Agarrarme a esperanzas vanas, callarme, ignorar el problema, disimular un poco, fingir, volver a callarme y dejar el teléfono sonar. Pero el teléfono, valiente hijo de perra, sigue sonando. No se cansa, no me deja descansar. Yo me engaño, hago como si nada pasase, como si todo fuese un sueño, como si se confundiese mi oído. Todo es inútil.
Y claro, por fingir, por pretender soltar lastres emocionales y afectivos, me llaman cobarde. Ignorantes y osadas ellas. No saben que lo más difícil y, por ende, lo más valiente es deshacerse de aquello que, fervientemente, deseamos. De aquello que, con fervor, deseamos y, tristes de nosotros, sabemos que nunca podremos tener. Ho detto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario