
En su obra La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social (1977), Elisabeth Noelle-Neumann explica por qué, en la época de la comunicación de masas, los individuos deciden expresar o, por el contrario, callar sus pensamientos. Noelle-Neumann pensaba que había dos tipos de opiniones, las estáticas y las cambiantes. Con respecto a las primeras, el individuo puede optar por manifestarse de acuerdo con ellas o permanecer aislado. En tanto a las cambiantes, si el individuo cree que el cambio coincide con sus opiniones personales las expresará. Si no está de acuerdo, optará por permanecer en silencio.
Quien os escribe, como el personaje de Huysmans, prefiere ir a contracorriente y no verse absorvido por la espiral de silencio. Ayer, un buen amigo me decía que no tengo edad para pensar, debo luchar, actuar. Asimismo, me decía que mi razonable y tranquilo individualismo de nada sirve. La fuerza está en la masa. Ésa es ahora la opinión mayoritaria. Y yo me niego a pensar así. Por una parte, antes de actuar, prefiero pensar en cuáles serán las consecuencias de mis actos. No hacerlo, supone convertirse en un ser manipulable o, peor aún, en un salvaje que se mueve únicamente por aquello que le apetece en cada momento. Por otra parte, la palabra masa me retrotrae a los años treinta, apesta a fascismo y comunismo, me parece abobinable. Pertenecer a una masa nos hace perder nuestra individualidad, nuestro propio juicio e, incluso, nos lleva a perder el control. No. No he luchado tanto para ser diferente como acabar ahora perdido en un tumulto.
Con todo esto que acabo de decir, perspicaces vosotros, pensaréis que no estoy de acuerdo con lo que está pasando estos días en Madrid. Erráis. Bueno, erráis en parte. Me parece muy legítimo lo que esa gente pide, oportunidades, regulación, limpieza... Sin embargo, lo que no me parece legítimo es la forma en la que se pide. No se reclama todo esto desde la claridad de las ideas, a través de un razonamiento tranquilo. Se hace desde la suciedad y crudeza de las vísceras. A pesar de ello, se justifica en función de una idea más importante, todo debe cambiar. Estoy de acuerdo. El problema es que, si los cambios no se producen utilizando los cauces del sistema actual, todo cambiará para que todo siga igual. Aún así, me gustaría saber qué pensará de esto Carlos III, tan despóticamente ilustrado. Subido a su caballo, lleva tiempo contemplando espectáculos similares. Habré de preguntarle.