lunes, 5 de diciembre de 2011

Contra la ambición


La mitología esta llena de personajes que, presa de su desmedida ambición, acaban sufriendo la peor de las caídas. Ícaro, por querer alcanzar el sol, murió ahogado en el fondo del océano. Faetón, por querer dirigir el brillante carro de Febo, pereció despeñado. Prometeo, por desafiar a los dioses, acaba encadenado y sometido a un eterno martirio. Querer alcanzar lo inalcanzable y ser castigado. Muy edificante.

Yo, como los mitos clásicos, también me veo sacudido de vez en cuando por la ambición. Quiero tenerlo todo. Un buen trabajo, una buena casa y mil cosas hermosas. A veces pienso que, a fin de conseguir eso, estoy dispuesto a hacer lo que sea. Materialista me llaman, yo me río. Sin embargo, a veces me pregunto de qué sirve el dinero si no tienes con quien gastarlo, de qué sirve un precioso piso si nadie te visita, de qué sirve tener cosas hermosas si no tienes con quién compartirlas. Y entonces me doy cuenta de que mi ambición es algo egoísta e inútil. Los ambiciosos, en su afán de resaltar su propia individualidad, acaban solos.

No obstante, lo anterior no quita que uno no deba luchar por lo que quiere, aunque siempre con mesura. Aurea mediocritas. Hay que considerar si lo que uno quiere compensa a aquello que pierde para conseguirlo. Da miedo apostar cuando sabes que tienes que perder. Da miedo subir mucho, sabiendo que desde muy arriba puedes caer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario