sábado, 10 de diciembre de 2011

Una ópera en calzoncillos


La representación de Lady Macbeth de Mtsensk el 28 de enero de 1936 marca un hito en la historia de la censura. Dimitri Shostakóvich, su compositor, tuvo que soportar la condena de esta obra al ostracismo simplemente porque al camarada Stalin no le complació la música. ¿Por qué? La obra se aleja de la estética realista imperante y abraza una crudeza, totalmente alejada de la épica comunista. En fin, una historia brutal que sucumbió a la brutalidad del poder. Una historia a la que podemos asistir estos días en el Teatro Real.

Lady Macbeth cuenta las tribulaciones de Katerina Ismailova, una mujer encerrada en un matrimonio insatisfactorio y condenada a una vida de tedioso aislamiento. Para poder salir de esta situación, Katerina se ve abocada al crimen. Comete verdaderas atrocidades solo para sentirse viva, mata para poder vivir. Todo ello ante un coro de personajes viles, únicamente interesados en satisfacer sus propios apetitos. Un retrato de la brutalidad humana.

La música de Shostakóvich en todo momento subraya esa brutalidad, haciendo especial hincapié en las escenas de violencia y sexo. Tanto es así que algún crítico llegó a dedicar a la obra el apelativo de "pornofonía". La orquesta del Real, magistralmente dirigida por Harmut Haenchen, consigue sacar lo mejor de la partitura. Hay momentos en los que la potencia de los metales hace que, literalmente, el espectador se quede aplastado en la butaca. A ello hay que sumar las buenas voces de los personajes y el excelente coro.

No se puede decir lo mismo de lo que ocurre en la escena. Si bien, hay algunos aciertos. La caja de cristal donde ocurre gran parte de la acción refleja el ambiente cerrado al que se ve sometida Katerina. La oscuridad predominante también contribuye a evocarlo. Lo que sí raya en lo patético es la dimensión "actoral". Las escenas de sexo y violencia son lamentables. ¿Qué tiene de morboso ver a dos señores gorditos revolcarse en paños menores? ¿Qué tienen de impactante unos golpes y unos azotes fingidos? Para mostrar ese burdo simulacro, pudieron haber optado por ocultar.

Con todo, este montaje del Real nos permite conocer una de las grandes óperas del siglo XX. Una ópera, como decimos, brutal con guiños al cabaret, al jazz, al music hall y al circo. Un estupendo pastiche y, a la vez, una denuncia a la opresión como motor de los peores crímenes. Crímenes que, como en el caso de Katerina, nunca quedan sin castigo.


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