viernes, 20 de enero de 2012

El ataque de las mamarrachas

Siempre me he vanagloriado de tener un rico lenguaje. Gongorino casi. Todos lo que tenéis la gran suerte, o la terrible desgracia, de conocerme sabéis que me encanta incorporar palabras a mi acervo. Con afán arqueológico, gusto de recuperar palabras en desuso, pobres reliquias lingüísticas en las que ya nadie repara. Sí, yo he dado de nuevo esplendor a la acción de descomer, he resucitado todo lo estomagante y he coronado esta ciudad en la que vivo con su apelativo de Villa y Corte. Aunque no sólo, en mi atracción por lo vintage o viejuno, he vuelto a traer nuevos términos, también me he encaprichado con algunos. Mi última fijación es, lo confieso, el adjetivo mamarracha.

Efectivamente, mamarracha es una palabra gloriosa. Sonora y contundente. A la vez, en su potencia vibrante, expresa perfectamente lo deleznable de las personas que merecen tal apelativo. Esto es, modernas sin oficio ni beneficio. Sodomitas frívolos que viven del cuento y se dedican únicamente a cultivar el cuerpo, lucir la última creación de Marc Jacobs o a mostrar al mundo su nuevo peinado, el cual, irremediablemente, esconde un gran vacío. Vamos, algo verdaderamente aterrador y que, sin embargo, se extiende como una plaga de langostas por nuestra decimonónica Corte.

Ante esa fuerza aplastante de pelos encerados, polvos de maquillaje, mini-shorts, maxi-botas, mallas y demás zarandajas ochenteras, qué ha de hacer una persona sensata, huir del reino, meterse en un convento, acabar con su nada cool existencia... Todo antes de ir por ahí y que digan al pasar, "ésa es una moderna". No. Yo prefiero que pasen y digan, "ahí va la antigua ésa, es el barroco redivivo".

viernes, 16 de diciembre de 2011

Hartazgo

Una palabra define mi día, hartazgo. Harto de los despertadores, del trabajo, de los horarios, de las quejas, de las reclamaciones, de las protestas, de las sugerencias, de la gente en general, de la clientela en particular, de las pijas, de los pijos, de los barriobajeros, de los incultos, de los imbéciles, de los que resucitan y de los que mueren. Paciencia. De la ciudad, de la navidad, de las fiestas, de las luces, del tráfico, de los paraguas, de la lluvia, del barro, de los golpes, de los adolescentes que tocan a mi timbre, del ascensor, de la bicicleta, del ordenador, de la lavadora. Respiro. Harto del dolor de cabeza, del dolor de garganta, del dolor de pies, de los bollos que le salen a los jerseys, de los zapatos que se estropean, de las zapatillas que sé que no me voy a comprar, de los regalos que no me haré. Tranquilo. Harto de las fregonas, los estropajos, la lejía, de la lista de cosas sin hacer, de la lista del supermercado, de la colada, de mi menú semanal, de las compañeras que se pasan una hora en la ducha y malgastan el gas. Calma. Harto del gas, de la factura de la luz, de la factura del teléfono, de la renta que hay que pagar, de lo que queda de mi sueldo a final de mes. Es así. Harto de los compromisos, del ocio que se convierte en negocio, las citas, la vida en sociedad, la sociedad, el mundo en general. Tiempo.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Una ópera en calzoncillos


La representación de Lady Macbeth de Mtsensk el 28 de enero de 1936 marca un hito en la historia de la censura. Dimitri Shostakóvich, su compositor, tuvo que soportar la condena de esta obra al ostracismo simplemente porque al camarada Stalin no le complació la música. ¿Por qué? La obra se aleja de la estética realista imperante y abraza una crudeza, totalmente alejada de la épica comunista. En fin, una historia brutal que sucumbió a la brutalidad del poder. Una historia a la que podemos asistir estos días en el Teatro Real.

Lady Macbeth cuenta las tribulaciones de Katerina Ismailova, una mujer encerrada en un matrimonio insatisfactorio y condenada a una vida de tedioso aislamiento. Para poder salir de esta situación, Katerina se ve abocada al crimen. Comete verdaderas atrocidades solo para sentirse viva, mata para poder vivir. Todo ello ante un coro de personajes viles, únicamente interesados en satisfacer sus propios apetitos. Un retrato de la brutalidad humana.

La música de Shostakóvich en todo momento subraya esa brutalidad, haciendo especial hincapié en las escenas de violencia y sexo. Tanto es así que algún crítico llegó a dedicar a la obra el apelativo de "pornofonía". La orquesta del Real, magistralmente dirigida por Harmut Haenchen, consigue sacar lo mejor de la partitura. Hay momentos en los que la potencia de los metales hace que, literalmente, el espectador se quede aplastado en la butaca. A ello hay que sumar las buenas voces de los personajes y el excelente coro.

No se puede decir lo mismo de lo que ocurre en la escena. Si bien, hay algunos aciertos. La caja de cristal donde ocurre gran parte de la acción refleja el ambiente cerrado al que se ve sometida Katerina. La oscuridad predominante también contribuye a evocarlo. Lo que sí raya en lo patético es la dimensión "actoral". Las escenas de sexo y violencia son lamentables. ¿Qué tiene de morboso ver a dos señores gorditos revolcarse en paños menores? ¿Qué tienen de impactante unos golpes y unos azotes fingidos? Para mostrar ese burdo simulacro, pudieron haber optado por ocultar.

Con todo, este montaje del Real nos permite conocer una de las grandes óperas del siglo XX. Una ópera, como decimos, brutal con guiños al cabaret, al jazz, al music hall y al circo. Un estupendo pastiche y, a la vez, una denuncia a la opresión como motor de los peores crímenes. Crímenes que, como en el caso de Katerina, nunca quedan sin castigo.


lunes, 5 de diciembre de 2011

Contra la ambición


La mitología esta llena de personajes que, presa de su desmedida ambición, acaban sufriendo la peor de las caídas. Ícaro, por querer alcanzar el sol, murió ahogado en el fondo del océano. Faetón, por querer dirigir el brillante carro de Febo, pereció despeñado. Prometeo, por desafiar a los dioses, acaba encadenado y sometido a un eterno martirio. Querer alcanzar lo inalcanzable y ser castigado. Muy edificante.

Yo, como los mitos clásicos, también me veo sacudido de vez en cuando por la ambición. Quiero tenerlo todo. Un buen trabajo, una buena casa y mil cosas hermosas. A veces pienso que, a fin de conseguir eso, estoy dispuesto a hacer lo que sea. Materialista me llaman, yo me río. Sin embargo, a veces me pregunto de qué sirve el dinero si no tienes con quien gastarlo, de qué sirve un precioso piso si nadie te visita, de qué sirve tener cosas hermosas si no tienes con quién compartirlas. Y entonces me doy cuenta de que mi ambición es algo egoísta e inútil. Los ambiciosos, en su afán de resaltar su propia individualidad, acaban solos.

No obstante, lo anterior no quita que uno no deba luchar por lo que quiere, aunque siempre con mesura. Aurea mediocritas. Hay que considerar si lo que uno quiere compensa a aquello que pierde para conseguirlo. Da miedo apostar cuando sabes que tienes que perder. Da miedo subir mucho, sabiendo que desde muy arriba puedes caer.

martes, 25 de octubre de 2011

Estas afiladas saetas...

Es curioso recordar a las personas que han pasado. Descubres pensamientos paralelos, sentimientos encontrados y muchas congojas. Es extraño ver cómo esas personas vuelven y, por desgracia, se convierten en espinas.



Benedetto Ferrari, "Queste pungenti spine, Cantata sprituale".
Philippe Jaroussky
La Arpeggiata
Christina Pluhar


Queste pungenti spine
che ne boschi d'abisso
nodrite ed allevate affliggono,
traffiggono o crudeltade,
il mio Signor e Dio
Son saette divine
che col foco del cielo
addolcite e temprate alletano,
dilettano,
o gran pietade il cor divino e pio
E tu anima mia
non sai che sia dolore
ancor non senti amore?
Stolta che fai? che pensi?
Il tuo Giesu tradito Il tuo Giesu piagato Si lacera,
si macera Ohimè che stato,
Solo per darti vita,
E tu ingrata I sensi ogn'hor Più cruda induri
Sei di cor si spietato
Si rigido,
si frigido,
O stelle,
o fato
Che non procuri aita?
Ben veggio, anima mia
Non sai che sia dolore,
Ancor non senti amore.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La crueldad de los aniversarios


Siempre que escucho el Trío para piano de Claude Debussy me acuerdo de ti. Tú me lo mostraste un día en casa. ¿Lo recuerdas? Nos pasábamos un buen rato escuchando música antes de ir a dormir. Al principio, la pieza no me gustó mucho. Conviene escucharla solo, es íntima, muy ligera y, sobre todo, delicada. Es la composición de un adolescente que despierta a la vida. ¿Sabías que Debussy la compuso con dieciocho años?

La ilusión y brillantez del primer movimiento me hace recordar la noche en que nos conocimos. Hoy se cumple un año. Allí estabas tú con un trench beige, esperándome a la entrada del Retiro. Me pareciste encantador. Luego empezaste a hablar y lo confirmaste. Encantador. Fue una conversación larga y deliciosa. Incluso que me robasen la bicicleta esa misma noche no disminuyó mi gozo. Había encontrado a mi ideal. Un muchacho culto, elegante, educado... Había conocido a un artista.

Sin embargo pasó el tiempo y llegó el desengaño. El chico encantador resultó ser una culebra. Yo estaba enamorado de ti y tú lo sabías. Me hacías ilusiones, luego te apartabas y vuelta a empezar. Tu me torturabas y yo me dejaba torturar. Cada día me hacías sentir más pequeñito, más mediocre, más triste. Cuantísimo daño me hice por tu culpa.

Ha pasado un año y todavía sigo pensando en ti. Siempre tan juicioso, me lo advertiste la mañana en la que te dije que no quería verte más. Te quise mucho, pero ya no te quiero. Simplemente, al pensar en ti, siento pena. Si no hubieses sido tan frío y cruel, habríamos sido muy felices. En fin, el tiempo ha pasado y todo lo que no me dabas tú lo he encontrado en otra parte. Él no toca a Bach, pero tiene más corazón. Eso que tú nunca utilizaste conmigo.


viernes, 7 de octubre de 2011

Dos años en la Corte


Hoy se cumple el segundo aniversario de mi traslado a la Corte. Bien recuerdo el día de mi llegada. Yo era un cateto, provinciano y apocado ex-gordo que llegaba a una ciudad grande donde no conocía absolutamente a nadie. ¿Qué podía hacer? Los primeros días me limitaba a caminar y caminar. El Barrio de Salamanca, la Latina, Austrias, la Gran Vía. Tenía que hacerme a mi nueva ciudad.

Sin embargo, pronto empecé a a salir de mi limitado cascarón mental. La curiosidad, instigada por cierto Pigmalión, comenzó a picarme cada vez más. Así descubrí que la respetable Villa y Corte es una degenerada Babilonia. Conocí el moderneo, el petardeo y, sobre todo, el mariconeo, tan ausente en provincias. Sí. Estuve en toda clase de antros, aunque también supe lo que es tener cerca cultura de verdad. Disfruté en los teatros, me emocioné con los conciertos, me conmoví en la ópera y exulté con toda clase de exposiciones temporales.

Con todo, me volví menos tímido, menos cateto, algo más cosmopolita. La Corte cambió mi forma de vestir, mi forma de pensar, mi forma de actuar... Sí, hijos sí. Creo que soy completamente diferente con respecto a dos años ha. Y más feliz. Aquí me siento libre, sin constricciones. Sin preocuparse por qué pensará la gente. Ay, no sé a dónde llegaré, lo que sé es que, por el momento, no me quiero mover de aquí. ¿Habré llegado a Ítaca?