
Por primera vez, he sido yo quien te ha visto desde arriba. Sí, desde una tribuna. Estabás más guapo, más delgado, pero más guapo. Tienes de comer más, Fernando, de lo contrario no va a haber quien te quiera. El pelo más corto te favorece mucho, aunque te has pasado con la cera. Siempre lo haces. Yo, como un tonto, te ayudaba a lavarte la cabeza, te acercaba la toalla y, con brío, te secaba los cabellos. ¿Lo recuerdas? Al final, como en todo, yo era el único que acababa empapado.
Me preguntas qué he sentido al volver a verte. Nada. Bueno, no voy a mentir. Algo de nostalgia. De vez en cuando, te echo de menos. Más de lo que quisiera. Aunque una parte de mi piensa lo contrario, la otra, la buena, se alegra de que seas feliz. Me duele que no hayas querido ser feliz conmigo. No quisiste, ¿qué he de hacer? Recordé la primera vez que nos vimos en esa misma tribuna. Beethoven sonaba. Cuántas cosas han pasado desde entonces y cuánto daño me he hecho.
Hiciste que aprendiese tantas cosas... Tchaikovsky, Prokofiev, Brahms y Strauss ya no son los mismos. Y, Bach, sobre todo Bach, y su chacona, desnuda y trágica. La chacona de mi desgracia. Ya lo ves, por lo menos, no me pasa como Andrea, la protagonista de Nada, el libro que nunca me dedicaste. Yo puedo decir que he sacado algo, más que un recuerdo.
Felices veintitrés, Fernando, te seguiré viendo, aunque sea de lejos, en una cómoda tribuna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario