sábado, 26 de febrero de 2011

Delirios de una zorra existencialista


Medita cómo le ha engañado la Prudencia,
cómo confiaba en ella siempre - qué demencia-,
que le mentía: "Mañana que hay tiempo bastante."

CAVAFIS, Poesía Completa.

Leyendo el pasaje anterior, esta tarde me he puesto a llorar. Ha empezado flojito, como si orballase, pero luego ha arreciado, convirtiéndose en un llanto persistente. Las lágrimas corrían como si de un gran chorro se tratase. Era imparable. Tchaikovsky y su trío para piano no contribuyeron a mejorar nada. Después, la muerte de Violeta en La Traviata me hundió bajo una losa de melodrama. Era como un nudo que cuanto más te empeñas en desenredar, más enredado se torna.

Y todo por qué, sólo bastó una frase, "Mañana que hay tiempo bastante". En ella está la raíz del problema, la Prudencia, un monstruo de tres cabezas, y el futuro, siempre incierto. En lo que llevo de vida siempre he tenido la prudencia de preocuparme de qué voy a hacer mañana, de qué voy a ser mañana y de cómo conseguirlo. Ahora, por el contrario, estoy en un momento en el que no sé qué voy a hacer, en el que no sé qué quiero ni cómo conseguirlo. Siempre ha sido una etapa tras otra y ahora solo me queda el vacío. Y el vacío no es para mi sublime, como en un cuadro de Friedrich, es agobiante, como en una novela de Camus. Sí, queridos míos sí, hoy soy la zorra existencialista. Todo muy años cuarenta.

Menos mal que luego una persona muy especial me ha salvado. Me ha recordado que, a pesar de todo, todavía conservo cosas buenas y que mejores están por llegar. A ello trato de agarrarme. Sin embargo necesito que todo vuelva a rodar, poder volver a rodearme de cosas hermosas y volver a la vitalidad de antaño. ¿Dónde está mi yo mordaz? ¿A dónde se ha ido mi sarcasmo? El tiempo lo ha barrido todo, lo ha consumido.

viernes, 25 de febrero de 2011

Dos despropósitos y una tarta de Balaguer


Queridos míos, llevo una época en la que no hago más que contaros desgracias. Que si la chacona me hace llorar, que si San Valentín me deprime, que si Fernando me hace esto o aquello. ¿Dónde ha quedado mi yo frívolo? Ahora sólo soy un patético ganso histérico, que hace de este espacio el catálogo de sus graznidos. Sé que debo revelarme contra eso, pero no soy capaz. Hoy he intentado escribir un texto frívolo. He fracasado dos veces. Os explico los intentos. Así podréis hacer escarnio de mi triste persona y maldición de mi escuálido intelecto.

Primero, he intentado hablar de mi afición a las cosas buenas. Sin embargo, la triste casualidad hace que las cosas buenas tengan, por fuerza, que ser caras. De todas formas, una vez que uno prueba una onza de chocolate Valrhona, una galleta de Jules Destrooper o una copa Oporto añejo, no percibe el mundo de los sentidos de la misma manera. Y lo mismo pasa con la ropa, la cosmética, el ocio y un infinito etcétera. En ese bucle es muy fácil entrar, pero harto complicado salir. Es el infierno del buen gusto.

Después del despropósito anterior, he intentado hablar de la primavera. Sí, queridos míos. Febo, montado en su cuádriga generadora de cálido estío, ha decidido posarse sobre la Villa y Corte. Con él, además de mis horteras imágenes mitológicas, han llegado los largos paseos y las animadas conversaciones. También ha llegado la esperanza de que la primavera climática traiga consigo una primavera sentimental. Vamos, que estoy dispuesto a meterme en una nueva cárcel de amor. Cuánto daño me han hecho Diego de San Pedro y la novela sentimental...

Como conclusión, creo que ambos despropósitos tienen algo en común. Y es la búsqueda de algo que compense mi depresión post-universitaria. Después de estos meses tan duros, de pérdidas y desengaños, creo que me merezco algo hermoso a cambio. La hermosura la busco en lo delicioso, pero también en el primaveral calor del cariño. Me he convertido de nuevo en una tarta de crema, pero no en una de pastelería de barrio. No. Señores, están ustedes ante una tarta de Oriol Balaguer. La alta repostería se hizo carne y habita entre nosotros.

martes, 22 de febrero de 2011

Filias y fobias


ME GUSTA el chocolate, madrugar, los abrazos, los museos, las bolsas de papel, las naranjas, las gafas de pasta, la música de cámara, los cubiertos de plata, el pescado fresco, el algodón, los besos, las películas tristes, las mañanas, el sol, los periódicos, Guido Reni, el viernes, la ciudad, los perros, las cerezas, la porcelana, la canela en rama, el yogur griego con fresas, leer, las mantas, las bibliotecas, las llaves, los cementerios, el color azul, el granito, las habitaciones blancas, el olor de los libros nuevos, la pintura, las cortinas, el mar, el barroco, la razón, el terciopelo, los teatros, Thomas Mann, los desayunos tranquilos, el cabernet sauvignon, las camisas de cuadros, la porcelana, los mercados, los amigos, los tulipanes, el silencio, pasear, los árboles, los relojes, el tiempo.



NO ME GUSTA peinarme, lo simple, el bacalao, los gatos, el calor, el whisky, la nieve, el olor a fritura, los gritos, las tapias, la ignorancia, los pantalones con muchos bolsillos, la literatura de masas, las babas, las mentiras, las habas, los conciertos de masas, el plástico, la gente irreflexiva, los charcos, el cansancio, la publicidad, las camisetas de asas, los ratones, la franela, la palabrería, los retrasos, los caciques, la humedad, el vino de cartón, el domingo, la oscuridad, los nubarrones, la arrogancia, la ropa deportiva, el asfalto, McDonald's, la castidad, el raeggeton, la comida de ayer, los zoológicos, el gazpacho, Damien Hirst, las hogueras, el desorden, los platos de Ikea, el viento, la altura, las lenguas inquietas, las atracciones de feria, los chalecos, las culebras, el desengaño.

jueves, 17 de febrero de 2011

Dicha en la venganza


- Es curioso...
- ¿Qué es lo que te suscita tanta curiosidad?
- El estado lamentable en el que has acabado, Fernando.
- ¿Lamentable?
- Sí, estás como yo hace tiempo, enamorado, perdido. Es muy gracioso
- Ahora vienes a regocijarte en mi desgracia.
- No, Fernando. Sólo diré que la venganza es algo muy dulce y yo me estoy empalagando.
- Eres cruel.
- Nuestros diálogos se han tornado. No me hagas reír, Fernando. Te están haciendo lo que te mereces. Te están haciendo pasar por lo mismo que me hiciste tú pasar a mi.
- Te hice sufrir...
- Sí, Fernando, me hiciste sufrir. Sin embargo, ver que eres humano, ver que estás sufriendo tu ahora, me hace levitar de puro placer. Ahora sabrás qué es jugar a los amores desiguales.
- ¿Desiguales?
- Desiguales. En los que uno se enamora y el otro se burla. Son muy recomendables para los de tu especie.
- Te burlas.
- No me burlo de vosotros. Después de hacerme reír, acabáis por darme un poco de lástima. De tanto jugar a los títeres, al final, os acabáis enredando con las cuerdas. ¿Podrás tú escapar de los nudos?

lunes, 14 de febrero de 2011

De bombones, rosas y corazoncitos


Todos sabemos que los romanos constituían un pueblo muy especial. Y es que el afán por los banquetes pantagruélicos y el gusto por los espectáculos sangrientos son buenos cimientos para cualquier civilización que se precie. Sin embargo, en muchas ocasiones, sus errores fueron capitales. Y claro, de aquellos polvos han devenido estos lodos.

Uno de los momentos más críticos para la posteridad tuvo lugar el 14 de febrero del año 269. En esa fecha el emperador Claudio II, muy aficionado al comercio, al bebercio y a la engorrosa tarea de matar godos, alamanes y vándalos, decidió dar martirio al monje Valentín. Todo por que el buen hombre había tenido la feliz y conservadora idea de casar a los soldados, desafiando una insignificante orden imperial. Sí, todo muy católicamente decente

Esa transgresión le costó cara a Valentín y ha sido gravosa también para el resto de los mortales. En el siglo V, el monje es canonizado por la Iglesia Católica y, más o menos, desde el siglo XIV, se viene asociando la fiesta de este santo al Amor, sujeto despreciable donde los haya. A partir de entonces, la publicidad nos tortura, dándonos a entender que poco hacemos en este mundo si no tenemos a alguien a quien regalar bombones, rosas o cualquier objeto con forma de corazón. A pesar de ello, quien os escribe, se rebela. Prefiero comerme yo mismo los bombones, deshojar las rosas rojas y rasgar los corazones. Bueno, no. Lo último, no. Engorrosamente sesudo, el imperativo categórico lo impide.

domingo, 13 de febrero de 2011

Omnia vincit tempus



Nos ha vencido el tiempo.
La belleza se ha consumido.
Sólo queda desengaño,
Cruel.

...


Rebecca Bottone
Paul McCresh
Gabrieli Consort & Players



"Pure del Cielo intelligenze eterne,
che vera scuola a ben amare aprite,
udite, angeli, udite il pianto mio,
e se la Verità dal Sole eterno
tragge luce immortale, e a me lo scopre,
fate che al gran desio rispondan l'opre.

Tu del Ciel ministro eletto
non vedrai più nel mio petto
voglia infida, o vano ardor.
E se vissi ingrata a Dio,
tu custode dei cor mio
a lui porto il nuovo cor."

jueves, 10 de febrero de 2011

Chacona



Me persigue, desnuda y trágica.


...


Johann Sebastian Bach, Partita para violín solo nº 2, en re menor, BWV 1004, "chacona".
Nathan Milstein.


domingo, 6 de febrero de 2011

Vanitas vanitatis omnia vanitas


El término vanitas designa una categoría particular dentro del género de bodegón, muy practicado en el norte de Europa durante el siglo XVII. Destacan las obras de los neerlandeses Pieter Claez y Harmen Steenwijck. Si bien, este subgénero fue provechosamente practicado en España, de la mano de Antonio de Pereda o Juan Valdés Leal. En una vanitas los objetos representados aluden a la fugacidad de la vida. Así, son recurrentes los las flores, las frutas o las partituras, que representan lo caduco y lo efímero. Junto a todo ello, la omnipresente calavera, imagen de muerte.

De lo anterior, podemos extraer que el mensaje de la vanitas es que detrás del lujo y los placeres mundanos, siempre ronda el espectro de la muerte. Nos enseña que los hombres nos entretenemos en vanos sentimientos como la autocomplacencia, la soberbia y el afán de medrar. Todo ello, sin saber que el tiempo, inexorablemente, se va escapando poco a poco. La vanitas es, en definitiva, una invitación a disfrutar de lo realmente importante.

Teniendo en cuenta que el mayor defecto de quien os escribe es la vanidad, no deja de resultar edificante la contemplación de estas obras. Poco importan la belleza, el lujo o el placer, si se carece de bondad, inteligencia y moral. Una vida movida por los primeros, tiene como reverso la arena que se va escurriendo por el reloj, poco a poco, y la terrible calavera descarnada. Así, de nada sirve vanagloriarse de uno mismo, si todos vamos a acabar de la misma forma, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Imperativos kantianos


En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Immanuel Kant intenta construir una ética autónoma, independiente de cualquier sustrato teológico. Una ética basada en la pura razón y, por tanto, universal. Ella descansa en lo que el prusiano llamó imperativo categórico. Éste se basa en tres premisas. La más impresionante es la segunda, "obra de tal modo que trates a la humanidad (...) siempre como un fin y nunca solamente como un medio". Kant quiere decir que los hombres no somos instrumentos, caminos para lograr algo, sino seres autónomos y merecedores de un trato digno.

Cada vez que conozco a alguien nuevo o cambia mi relación con una persona de mi entorno, intento tener presente esa premisa. ¿Lo estaré utilizando contra algo o contra alguien? ¿Intento obtener algún beneficio de él? ¿Le quiero realmente o sólo busco sentirme querido o peor, deseado? Son preguntas fundamentales, aunque, sin hacer un ejercicio de abstracción, difíciles de contestar.

Ante lo anterior, sólo caben dos vías, o respeto el imperativo categórico o no lo hago. En el primer caso, todo es perfecto, estoy obrando bien. Sin embargo, en el segundo, ¿qué he de hacer? ¿He de continuar con mi comportamiento inmoral, con el afán de no hacer daño a esa persona? ¿Debo desvelar mis sentimientos reales y así respetar la norma? Ahora que lo pienso, la respuesta es obvia. Hemos de respetar la dignidad de los demás como único medio de afirmar nuestra propia dignidad. ¡Alabado sea Kant!

Pequeñas crueldades

- No me hablas, no me llamas, no me escribes. No me quieres.
- Estás equivocado, Fernando. Eres tú quien no me quiere.
- Te echo de menos.
- ¿Me echas de menos? No me hagas reír. ¿Por qué me dices esto ahora?
- Porque es la verdad. Y tú también me echas de menos, lo sabes. Añoras mi calor, mis susurros, mis caricias y mis besos.
- Eres cruel.
- ¿Yo cruel? ¿No eres tu el que sale con Sebastián por venganza?
- Aquí no hay ánimo de venganza, Fernando.
- Yo te hice daño y tú, para resarcirte, quieres hacer a otro pedacitos. No puedes hacerlo. El imperativo categórico te lo impide.
- No sé que tiene que ver Kant en todo esto. Yo fui sincero con Sebastián, le dije la verdad desde el principio. Está de acuerdo.
- ¿Y qué te ha dicho? ¿Le compensa a él, como a ti te compensaba estar conmigo?
- Eres cruel de nuevo, Fernando. Déjalo ya.
- ¿Dejarlo? Cuanto más cruel soy, más te enamoras de mi. Eres estúpido.
- Sí, es una desgracia. Soy estúpido. Por eso estoy aquí, dándote la réplica. ¿Cuándo acabará este diálogo?