
En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Immanuel Kant intenta construir una ética autónoma, independiente de cualquier sustrato teológico. Una ética basada en la pura razón y, por tanto, universal. Ella descansa en lo que el prusiano llamó imperativo categórico. Éste se basa en tres premisas. La más impresionante es la segunda, "obra de tal modo que trates a la humanidad (...) siempre como un fin y nunca solamente como un medio". Kant quiere decir que los hombres no somos instrumentos, caminos para lograr algo, sino seres autónomos y merecedores de un trato digno.
Cada vez que conozco a alguien nuevo o cambia mi relación con una persona de mi entorno, intento tener presente esa premisa. ¿Lo estaré utilizando contra algo o contra alguien? ¿Intento obtener algún beneficio de él? ¿Le quiero realmente o sólo busco sentirme querido o peor, deseado? Son preguntas fundamentales, aunque, sin hacer un ejercicio de abstracción, difíciles de contestar.
Ante lo anterior, sólo caben dos vías, o respeto el imperativo categórico o no lo hago. En el primer caso, todo es perfecto, estoy obrando bien. Sin embargo, en el segundo, ¿qué he de hacer? ¿He de continuar con mi comportamiento inmoral, con el afán de no hacer daño a esa persona? ¿Debo desvelar mis sentimientos reales y así respetar la norma? Ahora que lo pienso, la respuesta es obvia. Hemos de respetar la dignidad de los demás como único medio de afirmar nuestra propia dignidad. ¡Alabado sea Kant!
Groundwork of the Metaphysics of Morals. Mi deliciosa pesadilla el año pasado.
ResponderEliminarUn ensayo estupendo, no apto para leer a la 1 de la madrugada, pero estupendo.
ResponderEliminar