domingo, 12 de diciembre de 2010

El ataque de la zorra borracha


Sí, hijos sí. Ya lo decía Plinio el Viejo antes que uno, "In vino veritas, in aqua sanitas". En otras palabras, el alcohol es enemigo de la mentira y el agua, insípida e incolora, es siempre nuestra mejor aliada. Si no la confundimos con ginebra, claro... Y todo esto os lo confieso ahora, recién levantado, resacoso, tras una borrachera indecente.

No me podía ni imaginar que iba a acabar en ese estado. La tarde había comenzado con flores rojas, chocolate y bizcochos. Siguió con gente, escaparates y lucecitas. Pero, de repente, vi, aterrado a la par que admirado, como las copas de cava sucedían a las de lambrusco y como, al final, todo acababa regado con vodka.

Entonces pasó lo irremediable, apareció la verborrea. Es cierto. Cuando estoy borracho soy menos estirado, pero también soy más irónico, más cínico y, sobre todo, no soy capaz de callar ni debajo del agua. Así, acabo contando intimidades jocosas o tirándole los trastos a uno de mis mejores amigos. ¡Qué indecencia! En fin, menos mal que, al final, siempre se resuelve todo de la misma manera, encuentro un lagarto, lo llevo a un parque y acabo llorando cuando lo tengo que dejar. Sí. Uno puede convertirse en una zorra borracha, pero siempre será una zorra sensible.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Delirios de una zorra mártir


Queridos míos, es inevitable. Ni siquiera los más ilustrados podemos escapar al fango del sentimentalismo. Yo que, de manera tan elegante, había sido la zorra provinciana, la zorra intelectualoide e, incluso, la zorra pérfida, me he convertido en la zorra mártir. Es curioso, a la par que mudable, el divertido mundo de las zorras. Bollos y pastas a parte, soy una hermana de la caridad. Es triste, pero tengo que admitirlo.

Cómo he llegado a este estado, de dulce masoquismo, es algo que todavía no logro comprender. Habré de pensar en ello. Quizá sea que me he tornado vulnerable, débil y tendente a un estúpido optimismo antropológico. Eso ha de ser. Cuánto mal ha hecho Rousseau. No seáis nunca zorras optimistas, hedonistas o estoicas; sed siempre zorras cínicas.

La cuestión que se me planeta ahora es recuperar mi sitio natural en nuestro zorresco ecosistema. Volver a ser quien era, abandonando mi monjil abnegación y tomando las riendas del carro. Probablemente un poco de diversión me ayude. Necesito ser un tanto frívolo. Decididamente, un poco de frivolidad matará a esta triste tarta de crema revenida que soy. El dulce me ha empalagado. Me duele el estómago.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Cosas que son

- ¡Qué triste!
- ¿El qué es tan triste?
- Es triste, Fernando. Ahora te irás. Yo me quedaré aquí, sólo, oliendo la camiseta que te has dejado, mientras doblas la esquina y te pierdes en la ciudad.
- ¿Qué otra cosa podría pasar?
- Es cruel... Las camiseta y las sábanas me huelen a ti. Tengo mucho frío.
- Lo sabías desde el principio. Ambos lo sabíamos. Estábamos avisados.
- Es cierto, me habías avisado. No he podido evitarlo, Fernando. Me he dejado ir.
- ¿Qué podemos hacer? ¿A dónde quieres ir? Tú diriges.
- Es paradójico... En un símil musical, eres tu quien tiene batuta, partitura y me mira desde el podio.
- ¿Qué quieres entonces?
- Es ridículo... Quiero más.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La intermitencia de la moral


El liberalismo clásico, fruto de las mentes de grandes genios como Jean-Jacques Rousseau, John Locke o Adam Smith, parte de que, para lograr un Estado eficaz, las leyes han de ser pocas y comprensibles por todos. Únicamente con un estado pequeño, el individuo podrá ser realmente libre. Como dicen los teóricos, "Laissez faire, laissez passer".

Quien os escribe, al igual que los sabios de la Ilustración, prefiere guiarse por pocas normas. Eso no quiere decir que uno carezca de principios o de moral, sino que es de la opinión de que sólo guiándose por pocos preceptos, logrará cumplirlos todos. Gran falsedad. Y digo gran falsedad porque, en determinadas ocasiones, mis escasas reglas se tornan más pesadas que el Código Civil. ¿Qué hago entonces? ¿Hago una excepción o pierdo la oportunidad?

De momento, teniendo en cuenta que son pocas las oportunidades que se presentan, prefiero hacer una suspensión de la moral y crear mi propio estado de excepción. Al fin y al cabo, mientras no se haga daño a nadie, no hemos de ser siervos de la moral, sino que ésta debe estar a nuestro servicio. Aún así, siempre es terrible, a la par que admirable, ver como nuestros viscerales sentimientos se mezclan con la prístina claridad de nuestras ideas. Aquí es cuando la frase "El corazón ha de ser el mediador entre la mano y el corazón" cobra sentido. Los sentimientos siempre se cuelan en la relación entre la razón y los actos. Triste ménage à trois...

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Decálogo para un buen Fernando


1- Habrá de usar gafas de pasta, preferiblemente negras, aunque, en casos escogidos, se admitirá el rojo.

2- Será licenciado o similar, preferiblemente en letras. Un Fernando periodista será puesto en cuarentena. Un iletrado nunca podrá ser Fernando.

3- Dirá siempre lo que piensa. A los neuróticos e histéricos nos gusta contar con la mayor información posible.

4- Gustará de la buena lectura, no de autores de consumo. Con un libro de Acantilado o Pretextos bajo el brazo estará muy bien considerado.

5- Gustará de la buena música, sobre todo, de Bach, Mozart y Chopin. Si detesta a Wagner y Puccini tendremos mucho de lo que hablar

6- Gustará del arte. Si me lleva al Museo del Prado, me hará feliz. Si me lleva a una buena galería, seré suyo para los restos.

7- Vestirá bien. Con Zara y H&M se pueden hacer grandes cosas, no hay más que ver a quien os escribe... Si bien, una americana o unas zapatillas de El Ganso convertirían a Fernando en un ser delicioso.

8- Olerá bien. No me refiero a la higiene, cosa que se da por supuesta, sino a la prevención contra ciertos perfumes con los cuales mi hermosa nariz no se lleva bien. Fernando, oliendo a naranjas, estaría para comérselo.

9- No será especial comiendo. Gastronómicamente hablando, mis pequeñas zorras malpensadas. Yo todo lo hago rico y me gusta que Fernando deguste mis manjares. Y sigue sonando guarro, lo sé.

10- Será cariñoso. No cabe en mi cama un Fernando frío, un Fernando ausente y, menos, un Fernando castigador.

La difícil respuesta

- Fernando, ¿yo a ti te gusto?
- ¿Ahora me preguntas eso?
- ¿Cuándo si no? ¿Yo te gusto, Fernando?
- ¿Es que no lo sabes?
- No. ¿De otro modo, por qué te lo estaría preguntando?
- ¿Era lo que me querías preguntar anoche, tumbados sobre lo verde?
- ¿Tumbados sobre lo verde?
- Sobre la verde espesura. ¿No reconoce el esteta la metáfora?
- ¿Crees, Fernando, que estoy ahora para metáforas?
- ¿Para qué está pues mi vulnerable señorito?
- Estoy para obtener una respuesta. ¿Te dignarás a contestarme?
- ¿A qué quieres que te conteste?
- No juegues conmigo, Fernando. ¿Ha sido tan largo ya el diálogo? Quiero, de una vez, saber si si te gusto o si estás aquí por cortesía.
- ¿Por cortesía? ¿Por cortesía volvería yo el agua por ti?
- ¿Volvería el agua? ¿Una nueva metáfora? Acabaré por desistir de mi pregunta.
- ¿Desistirás? ¿Por qué será que lo dudo?
- ¿Te gusto?
- Me gustas. No hay más que preguntar.

sábado, 23 de octubre de 2010

Pretextos con demora.

Queridos míos, la cuestión es la siguiente. Después de mi desafortunada y traumática actuación como spam, me he convertido en el azote de los morosos. Sí. Ya soy todo un perro de presa. Con el señor Redondo, mi nombre de guerra, no hay plazo que no se cumpla, ni cuenta que no se salde. Por tanto, vigilad la liquidez de vuestras cuentas. De lo contrario, no haréis más que oír, incansable, mi dulce voz.

Advertencias a parte, lo más curioso de la labor emprendida, no es mi celo en la búsqueda del justo pago, ampliamente reconocida, sino la inventiva de los infrecuentes pagadores. Ni el mejor novelista hubiese inventado historias tan peregrinas. Está, por ejemplo, la señora que, desgraciadamente, es inválida y no se puede mover de la cama, pero que también está sola en el mundo, lo que le impide enviar a alguien a pagar. Si es así, ¿cómo ha ido a comprar el plasma de tres mil euros, mi alma? También está la muchacha latina que, a voz en grito, le dice a uno que el noble establecimiento al que uno, con eficiencia, representa le pasa los recibos a otra cuenta, pero se niega a cambiarla. Habráse visto despropósito semejante... A pesar de este catálogo de imposibilidades y crueles contratiempos, siempre existirá el mozo canarión que, con sorna, te dice que liquidará al día siguiente y, a cambio, te responderá con un sms. ¡Qué dechado de cordialidad!

En fin, como veis, mis queridos e ilustrados lectores, pues yo no escribo para zorras analfabetas, para esas escriben otras más listas y, desde luego, más zorras que uno. Me pierdo. Digo que, como veis, un cliente moroso es como un novio que te deja. "Es que quiero ser libre", "Es que no congeniamos". "Es que no pienso en ti lo debido". "Es que eres muy gay para mi". Pretextos, queridos, simples pretextos.

sábado, 16 de octubre de 2010

De perros, celos y amor

El perro del hortelano, sin duda la comedia más divertida y hermosa del barroco, nos plantea una pregunta, ¿son los celos producto del amor o acaso es amor consecuencia directa de los celos? La obra nos plantea las dos posibilidades. Por un lado, Diana, con los celos, se da cuenta de que es amor lo que siente por Teodoro. Por otro lado, Marcela, prometida del protagonista, arde con los celos viendo cómo éste se inflama ante los requerimientos de la condesa. Al final de la trama, la cuestión no se resuelve, sino que, simplemente, Teodoro asciende socialmente, accediendo así al matrimonio con Diana, mientras la despechada Marcela ha de conformarse con las sobras.

El que os escribe no puede dejar de sentirse identificado con la pobre Marcela y sus terribles frustraciones. No puedo dejar de pensar que los celos son hijos del amor y no al revés. Cuando aquellos aparecen, se entiende que ya existía éste. Pensar lo contrario es engañarse. El problema de estos sentimientos tan freudianos, tan caprichosamente ambivalentes como son los celos, es que provocan una enorme frustración. Con ellos, se reproduce la eterna lucha entre Eros y Tánatos. El amor nos induce a proteger el objeto, mientras que los celos, y el odio consecuente, nos inducen a su destrucción. Sí, queridos míos, sí. Lo reconozco, hoy me he levantado filosófico. Será amor. Quizá celos.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Spam poligonero

Raquero. Una persona muy especial, acaso Fernando, me descubrió hace unos días este particular término. En general define a aquellas personas, no muy amigas de las más bellas letras y que, por lo general, habitan los suburbios de las ciudades. Algunos sinónimos podrían ser barriobajero o el muy manido poligonero. Os preguntaréis por qué cabe aquí semejante vocablo. Pues bien, parafraseando, esta semana la palabra se me hizo carne y habitó conmigo unos cuantos días.

Os ilustro la situación. Todo empezó con la dureza de las condiciones laborales en esta Villa y Corte. Deseoso de encontrar una ocupación y, sobre todo, un sueldo que permitiese nutrir un poco mis escuálidas finanzas, decidí aceptar el primer trabajo que se ofreció. Yo era spam. Sí, queridos míos, sí. Durante tres días, debí trasladarme a una oficina inmunda, donde me obligaban a gritar unas consignas infames. Tras ese duro trance, me soltaban siete u ocho horas por barrios dignos de la mayor conmiseración. Allí, donde fui testigo de múltiples penalidades, así como de un intenso olor a orín y heces, debía ir mendigando, puerta a puerta, socios para una ONG. Os podréis imaginar el estruendo de decenas de puertas cerrándose ante mis nunca bien ponderadas narices.

Sin embargo, lo peor no era la sensación de estar dedicándose a la mendicidad. Tampoco la explotación a la que me sometía la empresa promotora de mis desgracias. No. Lo peor era el enfrentamiento diario a una escandalosa y salvaje ignorancia. Y es que mis compañeros de trabajo no eran, ni mucho menos, un dechado de buenas maneras ni un ejemplo de ilustración. Por desgracia, sus dientes mellados nunca se habían hincado en un buen pato relleno. Sus ojos, hundidos y enrojecidos, nunca se habían paseado por el intenso verde de un Greco. Sus oídos, maltratados por ruidos atronadores, nunca se habían conmovido con un sublime adagietto. ¿Qué podía decirles yo sin arriesgarme a quedar como un señorito provinciano y clasista? ¿Serían capaces de entender mi enrevesado lenguaje? Eso nunca lo sabré, pero lo que si descubrí es que raquerismo y felicidad parecen ser todo uno. Paradojas de la existencia.

sábado, 2 de octubre de 2010

Chopin y las morcillas


Esta mañana lo vulgar y lo sublime se han unido. Todo comenzó temprano. Tras un breve y reparador sueño, comencé mi rutina de todos los sábados. Prensa del día, panecillos suecos con mantequilla y mermelada de ciruelas, sonatas para piano. En el quinto panecillo, que no último, descubrí que, hoy al mediodía, comenzaba en la Fundación Juan March un maravilloso ciclo de piano dedicado a Chopin y Schumann. Los panecillos casi regurgitan de la emoción.

Sin embargo, antes de entregarme a los brazos de Frédéric y Robert, debía cumplir con otro rito de los sábados. La compra. Ese maravilloso momento lleno de señoras con prisa, ortoréxicos que ven la etiqueta de los yogures como a su peor enemigo y cajeras importadas de Haarlem. Sin embargo, entre tanta vulgaridad y tanto poligonerismo, apareció un tesorito negro embutido en una fina tripa. Sí, la morcilla, tótem al que sacrificaría mi mediocre y poco ilustrada existencia. La hora de la comida se planeaba también muy movida.

Planeando el goce burgalés que me iba a pegar luego, fui a satisfacer mi deseo burgués. Allá que cogí mi bici y ambos nos fuimos rumbo la Calle Castelló, en ese sitio tan feliz y tan felizmente llamado Barrio de Salamanca, donde no cabe la pena y toda miseria está excluida. Allí escuché el maravilloso concierto. Mazurca en la menor, Op. 17 nº4; Polonesa en la menor, Op. 40 nº1, y, sobre todo, Balada nº2 en fa mayor, Op. 38. El intérprete muy correcto, así que todo delicioso. Aunque la mayor delicia esperaba al llegar a casa, unos maravillosos huevos con morcilla de arroz, coronados por un gran melocotón de Calanda y chocolate Lindt. Todo un vulgar orgasmo gastronómico. ¿Con mañanas así, quién necesita a Fernando?

jueves, 16 de septiembre de 2010

Editoriales Vaticanas

Mis queridísimos lectores, mientras cierta persona se decide a aparecer o no, creo que lo más adecuado es dejarnos de temas pseudo-románticos y demás zarandajas y abordar un tema espinoso de verdad, de los que levantan ampollas, crean enemigos y destruyen reputaciones. Pues bien, con el fin de no abusar no sólo de vuestra infinita paciencia, sino también de vuestra indulgencia hacia mi pobre intelecto, aterrizo en la cuestión. Partiendo de que todos estáis muy informados y sois muy leídos, no os vendrá de nuevas que yo diga que, estos días, Joseph Raztinger, actualmente más conocido como Benedicto XVI, se halla de visita oficial en Gran Bretaña. Mucho se ha hablado de la visita. Que si ha costado 15 millones de euros. Que si la Iglesia cobrará una entrada para acceder a las celebraciones presididas por el papa. Y, sobre todo, se ha comentado la poca vergüenza del pontífice al pasearse por Europa cuando los escándalos, económicos y sexuales, cercan la Sede de Roma.

En tanto a lo primero, si ha costado 15 millones de euros, a quien debería interesar el evidente despilfarro no es a la prensa internacional, sino al pueblo inglés, representado por su parlamento. De todas maneras, no hay que perder de vista dos cosas. La visita del papa no es la visita de un líder exclusivamente religioso, como podría ser la del Dalai Lama, ser adorable donde los haya, si no la visita oficial de un jefe de Estado. Por otra parte, no me deja de resultar extraño que un país cuya religión mayoritaria no es el catolicismo invierta tanto dinero en el paseo pontificio. De todas formas, reitero que ese es un asunto privado de Gran Bretaña y que a nosotros no debería preocuparnos. Tiempo tendremos de asediar a nuestro gobierno cuando se sepa lo que se va a gastar con la visita española de Benedicto.

Hablando de lo segundo, del cobro de las entradas, se ha hablado de términos como simonía, que no es otra cosa que la compra o venta de beneficios espirituales a cambio de bienes materiales. Esto demuestra que la prensa es muy inocente y que ignora que el catolicismo es la religión más materialista de todas. En ella uno no obtiene la salvación por la gracia, es decir, por designio divino, sino por sus obras. Así, el católico debe portarse bien o, en su defecto, pagar para que se rece por él y poder así salvarse. Así, hablar de interés económico se revela algo tan cotidiano para la Iglesia que hasta hace sonrojar al escucharlo.

Más complicada es la tercera cuestión, la materia de los abusos sexuales y los escándalos económicos. Parece que el anterior pontífice era aficionado a proteger a seres repugnantes, dedicados a poner a la juventud al servicio de su propio placer y al erario público al servicio de sus propias finanzas. Sin rodeos, la corrupción encenaga la Corte Pontificia. Ante esto, a una persona con un sentido de la pena tan superdesarrollado y extraviado como el mío no deja de darle cierta lástima el anciano protagonista de este artículo. El papa se halla ante el deber de limpiar una institución mastodóntica y con unas reglas que, en su mayoría, se remontan, cuanto menos, al siglo XVI. Al mismo tiempo, debe contentar a su público más fiel y seguir haciendo a la Iglesia el azote de herejes, homosexuales y adúlteros. Ante esa disyuntiva entre limpieza y tradición, la verdad es que yo no quisiera verme en su pontificio pellejo. El anciano intelectual, ahora reconvertido en fundamentalista religioso, que debe poner orden en su destartalada casa y que, a la vez, debe hacer que parezca acogedora para los extraños. Complicado papel.

martes, 27 de julio de 2010

Fernando se ha perdido o Las provincias

Fernando se ha perdido. Sí. El pobre no aparece, debió de haberse entretenido por ahí y ya no sabe volver a casa. Y es que mi Fernando debe ser como uno de esos señores, ya añosos, afectados del mal de Alzheimer. El problema es que a él, como nunca ha aparecido, no lo podemos identificar con una pulserita de plata, con mi número de teléfono detrás, ni escribirle una nota indicándole el modo de volver a casa. No, la pérdida de Fernando, por el momento, no tiene remedio. Es él y sólo él quien tendrá que decidir la ocasión propicia para volver.

Y mientras Fernando encuentra el camino y reflexiona, yo me divierto. En este sentido, podríamos titular este artículo con una paráfrasis de Víctor Hugo, Alois s'amuse. No sé qué tengo con Francia últimamente... Volviendo a la cuestión, el problema es que en provincias es difícil el entretenimiento. Sobre todo cierto tipo de entretenimientos, más propios de la capital, donde la gente tiene una mentalidad más abierta o, incluso, libertina. Y bien sabéis, sensatos lectores, que, para mentes cartesianas como la mía, lo libertino despierta toda clase de sentimientos encontrados y un gran atractivo. Sin embargo, aquí, en este pueblo en el que, por gracia o desgracia, he de pasar mi fecundo y nunca bien ponderado periodo descanso, el libertinaje está casi ausente o, por lo menos, se resiste a aparecer cuando uno más lo necesita.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que Fernando es todo un caballero, cortés, discreto y elegante. Todo ello está ausente en una pequeña villa de provincias. Y no digo que la gente no tenga gracia, que, desde luego, carece de ella, sino que no viste con la corrección necesaria para despertar la admiración y el deseo. Así, uno ha de enfrentarse a un desfile de marquesas de boas y guacamayos, chonis, quinquis, montunos y otra serie de tribus provincianas, nunca lo suficiente urbanizadas como para adquirir el adjetivo usado. Ante esto, ¿qué ha de hacer uno, acostumbrado a los aspirantes a Fernando de la capital? ¿Ha de ceder a los quinquis? ¿Ha de ceder a las marquesas guacamayóforas? Yo creo que, es está situación, es mejor seguir esperando, no vaya a ser que Fernando me pille en otros menesteres.

domingo, 30 de mayo de 2010

Planto sobre Layo moribundo

Tú no eres el responsable del catálogo de mis desgracias. Eso sería atribuirte demasiado peso en mi persona. Tampoco eres artífice de mis escasas gracias. Ésas, aunque suene egocéntrico, las he construido por mí mismo y en oposición a lo que tú representas. No. Tú y yo sabemos que tenemos algo pendiente y que, ese algo, no se solucionará hasta el día en que estés dentro de una muy escogida caja de pino. Ese día volverá la paz a mi vida y el esplendor perdido a mi casa. Ese día, negro para ti, todo me quedará en blanco. Y descuida, no me verás descompuesto. Jamás. Me verás enfundado en el más esplendoroso de los duelos; sobrio y lujoso a un tiempo. Pareceré el mismísimo Petronio, arbiter elegantiae. No se verá nunca cosa semejante. Todo dolor será fingido y mi satisfacción será terrible, a la par que admirable. Cuando te caiga encima el primer peso, me has de recordar y, en recordándome, revisarás cada uno de los agravios que he sufrido, cada uno de los sapos que me he tragado y cada una de las culebras que, por tu causa, me han mordido. Y, al hacerlo, recordarás que no podrás volver a repetirlo. Será entonces cuando empieces a arder. Y eso sí que se repetirá. Siempre.

viernes, 28 de mayo de 2010

Incornazione alla francese

Ha sido una semana extraña; más extraña de costumbre. Primero, al borde del éxtasis; ahora, al borde del llanto. Como veis, puedo superar con creces los límites de lo kitsch. Me pierdo. La semana comenzó, paradójicamente, el martes pasado con una llamada de teléfono. Al parecer, Fernando se dignaba a presentarse. Una invitación y un beso nos pone a Fernando todavía más cerca. Mi incontinencia verbal regresaba. La increíble L'Incoronazione di Poppea y su duetto entre Nerone y Lucano, sometidos a Eros, que no a Amor, dotan a todo lo anterior de musicalidad y poesía. Como ellos, exulto y, en medio de mi exultación, me voy perdiendo. Y en perdiéndome, todo prosigue, deprisa, entre requiebros cruzados. Mi yo, más estúpido y ciego de lo habitual, se ilusiona. Me vuelvo a perder. Dura poco. Pronto salgo de mi bucle o, más bien, me sacan de él. Sabia decisión. Y aquí estoy de nuevo, escribiendo mientras escucho viejas canciones francesas. Lo kitsch y lo tópico vuelve a aparecer, yo sigo tan perdido y todo suena tan bien en francés. ¿Dónde se habrá metido Fernando?

miércoles, 26 de mayo de 2010

Varia


Mientras espero a mi Fernando, creo que escribir es una buena opción. Isabel nunca hubiese hecho lo mismo. Asesinar a tus hermanos y rechazar a cuatro pretendientes requiere mucho tiempo y esfuerzo. Por suerte o por desgracia, yo carezco de hermanos a los que envenenar y de pretendientes a los que rechazar. Por tanto, estoy libre de tan gravoso y terrible esfuerzo.

Como digo, a diferencia de nuestra "catoloquísima" reina, voy a ir cubriendo, año a año, mes a mes, semana a semana, día a día, entradas en este blog, que no será otra cosa que el catálogo de mis escasas gracias y mis abundantes desgracias. De esta manera, no me ceñiré, como es usual, a un tema determinado. No. Eso sería más provechoso para vosotros, sabio y prudente público, pero menos divertido para mi. Mi vida es varia, nada me es ajeno y todo me interesa. Todo; desde el bacilo de Koch a la catedral gótica. Variedad de abarcarlo todo y no apretar nada.

Veremos en qué deviene todo esto. ¿Permitirá mi escaso dominio de las nuevas tecnologías mantener este espacio? ¿Lograré que mis delirios os interesen? ¿Continuaréis leyéndome? ¿Quién sabe? A mi me encontraréis mientras aquí, esperando.