Una palabra define mi día, hartazgo. Harto de los despertadores, del trabajo, de los horarios, de las quejas, de las reclamaciones, de las protestas, de las sugerencias, de la gente en general, de la clientela en particular, de las pijas, de los pijos, de los barriobajeros, de los incultos, de los imbéciles, de los que resucitan y de los que mueren. Paciencia. De la ciudad, de la navidad, de las fiestas, de las luces, del tráfico, de los paraguas, de la lluvia, del barro, de los golpes, de los adolescentes que tocan a mi timbre, del ascensor, de la bicicleta, del ordenador, de la lavadora. Respiro. Harto del dolor de cabeza, del dolor de garganta, del dolor de pies, de los bollos que le salen a los jerseys, de los zapatos que se estropean, de las zapatillas que sé que no me voy a comprar, de los regalos que no me haré. Tranquilo. Harto de las fregonas, los estropajos, la lejía, de la lista de cosas sin hacer, de la lista del supermercado, de la colada, de mi menú semanal, de las compañeras que se pasan una hora en la ducha y malgastan el gas. Calma. Harto del gas, de la factura de la luz, de la factura del teléfono, de la renta que hay que pagar, de lo que queda de mi sueldo a final de mes. Es así. Harto de los compromisos, del ocio que se convierte en negocio, las citas, la vida en sociedad, la sociedad, el mundo en general. Tiempo.
viernes, 16 de diciembre de 2011
sábado, 10 de diciembre de 2011
Una ópera en calzoncillos

La representación de Lady Macbeth de Mtsensk el 28 de enero de 1936 marca un hito en la historia de la censura. Dimitri Shostakóvich, su compositor, tuvo que soportar la condena de esta obra al ostracismo simplemente porque al camarada Stalin no le complació la música. ¿Por qué? La obra se aleja de la estética realista imperante y abraza una crudeza, totalmente alejada de la épica comunista. En fin, una historia brutal que sucumbió a la brutalidad del poder. Una historia a la que podemos asistir estos días en el Teatro Real.
Lady Macbeth cuenta las tribulaciones de Katerina Ismailova, una mujer encerrada en un matrimonio insatisfactorio y condenada a una vida de tedioso aislamiento. Para poder salir de esta situación, Katerina se ve abocada al crimen. Comete verdaderas atrocidades solo para sentirse viva, mata para poder vivir. Todo ello ante un coro de personajes viles, únicamente interesados en satisfacer sus propios apetitos. Un retrato de la brutalidad humana.
La música de Shostakóvich en todo momento subraya esa brutalidad, haciendo especial hincapié en las escenas de violencia y sexo. Tanto es así que algún crítico llegó a dedicar a la obra el apelativo de "pornofonía". La orquesta del Real, magistralmente dirigida por Harmut Haenchen, consigue sacar lo mejor de la partitura. Hay momentos en los que la potencia de los metales hace que, literalmente, el espectador se quede aplastado en la butaca. A ello hay que sumar las buenas voces de los personajes y el excelente coro.
No se puede decir lo mismo de lo que ocurre en la escena. Si bien, hay algunos aciertos. La caja de cristal donde ocurre gran parte de la acción refleja el ambiente cerrado al que se ve sometida Katerina. La oscuridad predominante también contribuye a evocarlo. Lo que sí raya en lo patético es la dimensión "actoral". Las escenas de sexo y violencia son lamentables. ¿Qué tiene de morboso ver a dos señores gorditos revolcarse en paños menores? ¿Qué tienen de impactante unos golpes y unos azotes fingidos? Para mostrar ese burdo simulacro, pudieron haber optado por ocultar.
Con todo, este montaje del Real nos permite conocer una de las grandes óperas del siglo XX. Una ópera, como decimos, brutal con guiños al cabaret, al jazz, al music hall y al circo. Un estupendo pastiche y, a la vez, una denuncia a la opresión como motor de los peores crímenes. Crímenes que, como en el caso de Katerina, nunca quedan sin castigo.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Contra la ambición

La mitología esta llena de personajes que, presa de su desmedida ambición, acaban sufriendo la peor de las caídas. Ícaro, por querer alcanzar el sol, murió ahogado en el fondo del océano. Faetón, por querer dirigir el brillante carro de Febo, pereció despeñado. Prometeo, por desafiar a los dioses, acaba encadenado y sometido a un eterno martirio. Querer alcanzar lo inalcanzable y ser castigado. Muy edificante.
Yo, como los mitos clásicos, también me veo sacudido de vez en cuando por la ambición. Quiero tenerlo todo. Un buen trabajo, una buena casa y mil cosas hermosas. A veces pienso que, a fin de conseguir eso, estoy dispuesto a hacer lo que sea. Materialista me llaman, yo me río. Sin embargo, a veces me pregunto de qué sirve el dinero si no tienes con quien gastarlo, de qué sirve un precioso piso si nadie te visita, de qué sirve tener cosas hermosas si no tienes con quién compartirlas. Y entonces me doy cuenta de que mi ambición es algo egoísta e inútil. Los ambiciosos, en su afán de resaltar su propia individualidad, acaban solos.
No obstante, lo anterior no quita que uno no deba luchar por lo que quiere, aunque siempre con mesura. Aurea mediocritas. Hay que considerar si lo que uno quiere compensa a aquello que pierde para conseguirlo. Da miedo apostar cuando sabes que tienes que perder. Da miedo subir mucho, sabiendo que desde muy arriba puedes caer.
martes, 25 de octubre de 2011
Estas afiladas saetas...
Es curioso recordar a las personas que han pasado. Descubres pensamientos paralelos, sentimientos encontrados y muchas congojas. Es extraño ver cómo esas personas vuelven y, por desgracia, se convierten en espinas.
Benedetto Ferrari, "Queste pungenti spine, Cantata sprituale".
Philippe Jaroussky
La Arpeggiata
Christina Pluhar
Queste pungenti spine
che ne boschi d'abisso
nodrite ed allevate affliggono,
traffiggono o crudeltade,
il mio Signor e Dio
Son saette divine
che col foco del cielo
addolcite e temprate alletano,
dilettano,
o gran pietade il cor divino e pio
E tu anima mia
non sai che sia dolore
ancor non senti amore?
Stolta che fai? che pensi?
Il tuo Giesu tradito Il tuo Giesu piagato Si lacera,
si macera Ohimè che stato,
Solo per darti vita,
E tu ingrata I sensi ogn'hor Più cruda induri
Sei di cor si spietato
Si rigido,
si frigido,
O stelle,
o fato
Che non procuri aita?
Ben veggio, anima mia
Non sai che sia dolore,
Ancor non senti amore.
che ne boschi d'abisso
nodrite ed allevate affliggono,
traffiggono o crudeltade,
il mio Signor e Dio
Son saette divine
che col foco del cielo
addolcite e temprate alletano,
dilettano,
o gran pietade il cor divino e pio
E tu anima mia
non sai che sia dolore
ancor non senti amore?
Stolta che fai? che pensi?
Il tuo Giesu tradito Il tuo Giesu piagato Si lacera,
si macera Ohimè che stato,
Solo per darti vita,
E tu ingrata I sensi ogn'hor Più cruda induri
Sei di cor si spietato
Si rigido,
si frigido,
O stelle,
o fato
Che non procuri aita?
Ben veggio, anima mia
Non sai che sia dolore,
Ancor non senti amore.
miércoles, 19 de octubre de 2011
La crueldad de los aniversarios

Siempre que escucho el Trío para piano de Claude Debussy me acuerdo de ti. Tú me lo mostraste un día en casa. ¿Lo recuerdas? Nos pasábamos un buen rato escuchando música antes de ir a dormir. Al principio, la pieza no me gustó mucho. Conviene escucharla solo, es íntima, muy ligera y, sobre todo, delicada. Es la composición de un adolescente que despierta a la vida. ¿Sabías que Debussy la compuso con dieciocho años?
La ilusión y brillantez del primer movimiento me hace recordar la noche en que nos conocimos. Hoy se cumple un año. Allí estabas tú con un trench beige, esperándome a la entrada del Retiro. Me pareciste encantador. Luego empezaste a hablar y lo confirmaste. Encantador. Fue una conversación larga y deliciosa. Incluso que me robasen la bicicleta esa misma noche no disminuyó mi gozo. Había encontrado a mi ideal. Un muchacho culto, elegante, educado... Había conocido a un artista.
Sin embargo pasó el tiempo y llegó el desengaño. El chico encantador resultó ser una culebra. Yo estaba enamorado de ti y tú lo sabías. Me hacías ilusiones, luego te apartabas y vuelta a empezar. Tu me torturabas y yo me dejaba torturar. Cada día me hacías sentir más pequeñito, más mediocre, más triste. Cuantísimo daño me hice por tu culpa.
Ha pasado un año y todavía sigo pensando en ti. Siempre tan juicioso, me lo advertiste la mañana en la que te dije que no quería verte más. Te quise mucho, pero ya no te quiero. Simplemente, al pensar en ti, siento pena. Si no hubieses sido tan frío y cruel, habríamos sido muy felices. En fin, el tiempo ha pasado y todo lo que no me dabas tú lo he encontrado en otra parte. Él no toca a Bach, pero tiene más corazón. Eso que tú nunca utilizaste conmigo.
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viernes, 7 de octubre de 2011
Dos años en la Corte

Hoy se cumple el segundo aniversario de mi traslado a la Corte. Bien recuerdo el día de mi llegada. Yo era un cateto, provinciano y apocado ex-gordo que llegaba a una ciudad grande donde no conocía absolutamente a nadie. ¿Qué podía hacer? Los primeros días me limitaba a caminar y caminar. El Barrio de Salamanca, la Latina, Austrias, la Gran Vía. Tenía que hacerme a mi nueva ciudad.
Sin embargo, pronto empecé a a salir de mi limitado cascarón mental. La curiosidad, instigada por cierto Pigmalión, comenzó a picarme cada vez más. Así descubrí que la respetable Villa y Corte es una degenerada Babilonia. Conocí el moderneo, el petardeo y, sobre todo, el mariconeo, tan ausente en provincias. Sí. Estuve en toda clase de antros, aunque también supe lo que es tener cerca cultura de verdad. Disfruté en los teatros, me emocioné con los conciertos, me conmoví en la ópera y exulté con toda clase de exposiciones temporales.
Con todo, me volví menos tímido, menos cateto, algo más cosmopolita. La Corte cambió mi forma de vestir, mi forma de pensar, mi forma de actuar... Sí, hijos sí. Creo que soy completamente diferente con respecto a dos años ha. Y más feliz. Aquí me siento libre, sin constricciones. Sin preocuparse por qué pensará la gente. Ay, no sé a dónde llegaré, lo que sé es que, por el momento, no me quiero mover de aquí. ¿Habré llegado a Ítaca?
miércoles, 28 de septiembre de 2011
El triunfo de lo inconsciente

En El yo y el ello (1923) Sigmund Freud, padre de la teoría psicoanalítica, describe lo que él llamó modelo estructural del aparato psíquico. En este se distinguen el yo, lo consciente; el superyó, el juicio moral, y el ello, lo inconsciente. Cómo no, el más interesante es el ello. Oscuro, sórdido, poseído por toda clase de deseos inconfesables, sacudido por los más terribles traumas y complejos.
Últimamente, yo, que solía ser tan kantiano, tan amigo de la recta razón, he descubierto mi psique retorcida. Sí. El ello juega una parte muy importante en mi tranquila existencia. Así puedo descubrir que, debajo de lo que pienso de una persona, puede existir una pulsión totalmente contraria. A pesar de mi aire de tranquilo, estoy sujeto a toda clase de dicotomías, placer y dolor, amor y odio, atracción e indiferencia. Todo tan deliciosamente barroco.
Y así me veo ahora, sujeto a una deliciosa tensión mental. Tensión entre lo que creía que pensaba y lo que realmente sentía, tensión entre lo que no sabía y acabo de descubrir, tensión entre lo que creía indiferente y ahora, tras un momento de epifanía, encuentro delicioso. Definitivamente, he perdido el juicio. Desconcertado, contento, asustado, barroco. En fin, en mi cabeza, el señor Freud se ha cargado al señor Kant. ¿En qué acabará esto? Mejor no pensarlo...
Nicola Porpora, "Son qual nave ch'agitata", Artaserse, 1730
Simone Kermes
Venice Baroque Orchestra
domingo, 11 de septiembre de 2011
Tom Ford en la Bauhaus

El viernes por la noche, al salir del Teatro Real, la zorra pérfida me preguntó "¿qué tal el ballet?" Yo, emocionado, le contesté, "una mariconada, pero una mariconada hermosísima". Esa fue mi impresión de La Belle, montaje basado en La bella durmiente de Tchaikovsky y presentado en el Real por Les Ballets de Monte-Carlo, institución bajo la presidencia de S.A.R. la princesa de Hanóver, ex S.A.S. Carolina de Mónaco.
La verdad es que no es posible cuestionar la pericia de su alteza real a la hora de presidir cosas. Y es que los casinos y un marido aficionado al frasco dejan mucho tiempo libre... Borracheras a parte, La Belle tiene, en primer lugar, una puesta en escena magnífica, a la par que sencilla. Recuerda a Oskar Schlemmer y su Triadisches Ballet, una de las manifestaciones más curiosas de la Bauhaus. De una forma entrañable, también trae a la mente todos los cuentos que hemos leído de niños. Así es su estética, de cuento.
A lo anterior hay que sumar el trabajo de los bailarines. En especial, el de Jérôme Marchand, la Reina Madre, un maromo de dos metros que se pasa toda la función dando saltos y girando cual peonza. Maravilloso. La bella, como es de esperar, era dulce, aunque no muy inocente. El príncipe, con su dentífrica sonrisa, nos muestra cómo perder aceite puede ser de lo más elegante. Aunque, modestia a parte, elegancia la de un servidor, que, según dijeron, parecía salido del taller de Tom Ford. Tom Ford en un escenario Bauhaus. Sólo el Real permitiría tal pastiche.
La Belle
Música de Piotr Ilich Tchaikovsky
Coreografía y dirección musical de Nicolas Brochot
Escenografía de Jean-Christophe Maillot
Les Ballets de Monte-Carlo
Del 6 al 11 de septiembre en el Teatro Real.
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sábado, 10 de septiembre de 2011
Quiero ser vintage

Un ambiguo adonis rubio tocado con un sombrero canotier, un muchacho moderno, el típico gafa-pasta, y una joven con un look y una mentalidad absolutamente vintage. Todos juntos, pero, para desgracia de los dos últimos, no revueltos. Ellos son los excéntricos personajes que presenta Los amores imaginarios, película del franco-canadiense Xavier Dolan.
Esta película ha hecho que uno arda de la envidia. Xavier Dolan, director y uno de los protagonistas, tiene solo 21 años. 21 años y ya dirigiendo sus propias películas... Así nos deja a los demás como zorras perezosas. Pero, al ver la película, no sólo me invade la vil envidia, sino también cierta melancolía. Dos de los personajes caen enamorados del tercero, que se complace en el galanteo. Nadie parece tener mucho éxito. El uso de la cámara lenta y las suites para violonchelo solo de Bach ayudan a que alguna lágrima aparezca.
Además de lo anterior, lo mejor es la estética. Todo un ABC del moderneo. Gafas de pasta, raya en el ojo, pantalones pitillo, jerseys oversize... Delicioso. Recuerda, a veces, a Won-Kar-Wai; otras, a Woody Allen y, muchos de los surrealistas diálogos, a Almodóvar. ¿A quién no le gusta un sombrero canotier, un suéter color mandarina y unas tazas de porcelana?
viernes, 5 de agosto de 2011
Juegos simbolistas

Los muchachos del norte somos, en general, muy ingeniosos. Debe de ser a causa de las largas tardes de lluvia. El aburrimiento agudiza nuestra razón, capaz de crear juegos lingüísticos acertadísimos e hirientes dardos dialécticos. Ayer sufrí o disfruté, según se mire, uno de estos juegos de palabras. A fin de desahogarme y entretener vuestras plácidas vidas, interrumpidas ahora por el descanso estival, os cuento un poco cómo fue la cosa.
Paseando iba yo, tranquilo, alegre, airoso, por un pequeño pueblo gallego. Me paró un muchacho moreno y de ojos verdes. Entre otras cosas, vino a decirme que yo era Arthur Rimbaud redivivo. La boca se me quedó abierta de par en par. "Hacía tiempo que no me dedicaban un requiebro tan galante", pensé. Con la mejor de mis sonrisas, seguí hablando y complaciéndome en el dulce asedio al que me humilde persona era sometida. Como sabéis, la vanidad es algo terrible y, a un tiempo, admirable.
Sin embargo, ya sólo, me di cuenta de que el muchacho me había llamado zorra moderna a la cara. ¿Es que tengo yo cara de enfant terrible? ¿Me está llamando gerontofílico? ¿Acaso me ha visto por la calle de Claudio Coello borracho de hachís y absenta? Más que dedicarse al inocente oficio del galanteo, el chicarrón del norte, me hizo el más ambivalente de los comentarios. Me llamó genio e infame a la vez. Demasiado para el frágil carácter y sano intelecto de quien os escribe. Sinceramente, hubiese preferido que me comparase con un modelo de Poussin o, para no salir del juego literario, con Lord Byron. Sin embargo, es el problema de las comparaciones, siempre son desafortunadas.
sábado, 23 de julio de 2011
Andreas, ¿por qué me haces llorar así?
- Ahora engañas a Bach con Purcell. Menudo pájaro estás hecho.
- Creo que con Bach ya he llorado bastante, Fernando.
- Qué trágica que estás hecha, cómo si llevases una vida horrorosa...
- Horrorosa no, vacía quizá.
- Y ahora me dirás que está vacía porque ni yo ni mi violín del siglo XVII te acompañamos.
- No es eso, Fernando. Tú ya me das un poco igual.
- ¿Igual? Sabes que eso no es cierto. ¿De dónde viene esa melancolía, si no? ¿No me dirás que es todo por un martillo neumático y un destructor de papel?
- No, simplemente es porque pensaba que, después de una cosa muy mala, vendría algo muy bueno.
- La zorra estúpida y su teoría del equilibrio cósmico. ¡Qué desgracia de ilustración la tuya!
- Desgracia, sí. Desgracia no compensada.
- Nada compensa las desgracias, bien lo sabes. El día que me conociste te robaron una bicicleta. Pensaste que te llevarías algo a cambio y ya ves... Al final te quedaste sin bicicleta, sin mi y sin una chacona antes de dormir.
- Sí, al final siempre me quedo sin nada.
Henry Purcell, "O solitude, my sweetest choice", Z 406
Andreas Scholl
Accademia Bizantina
Stefano Montanari
jueves, 21 de julio de 2011
Días destructivos

Hay días que son una verdadera cadena de infortunios. Hoy, triste y desgraciado de mi, he vivido uno de ellos. Todo empezó bien temprano, a las ocho de la mañana. Un martillo neumático me sacó de mi plácido y breve sueño. Empecé el día maldiciendo mi suerte y a los obreros que todas las mañanas, desde hace una semana, me despiertan de la más terrible de las maneras, en medio de un terrible estruendo. Los métodos de ocupación laboral soviética, abrir zanjas para cerrarlas y, al punto, volverlas a abrir, han llegado a la Corte.
Mi infortunada jornada continuó en la galería de arte en la que asisto por la mañana. Había que destruir unos papeles. Para ello, hay que utilizar la destructora de papel, máquina cruel e irracional, pero juguetito preferido del jefe. Y cómo no, yo, que tan bien me llevo con las tecnologías, destruí la destructora. Cruel paradoja. Toda la mañana se me fue en intentar arreglar el desaguisado que había provocado. Inútil. La torpeza es un defecto que nunca me abandonará.
Por la tarde, mi trabajo alimenticio se me hizo todavía más tedioso que de costumbre. Las cosas que hay que hacer para poder comer. Estoy harto de Isidoro Álvarez, de las señoras y sus problemas con las lavadoras, de los morosos, los quejumbrosos, los indignados y de todo ese ambiente gris y mediocre. Creo que, a fuerza de estar trabajando ahí, siendo ya un tanto gris, me estoy volviendo también mediocre. Vamos una cosa terrible. Además, horror, horror, creo que estoy engordando y me estoy poniendo horrible. Y no, me niego a volver a mi anterior estado como foca marina. En fin, creo que hoy lo veo todo un poco negro. Menos mal que Purcell, tan británico y barroco, me acompaña en mis lamentos.
Henry Purcell, Dido and Aeneas, Z 626, "Dido's lament"
Malena Ernman
Les Arts Florissants
William Christie
viernes, 8 de julio de 2011
Ansiadas vacaciones

Queridos míos, tened por seguro que daría una pierna, o las dos, por estar ahora mismo tirado en cualquier playa. Bueno, en cualquier playa no, en mi playa, con su arena blanca, el mar azul de la ría y todos sus divertidos atractivos. Cómo echo de menos no fijarme en el reloj, tener tiempo para leer, para escuchar música, para pasear o, simplemente, para abandonarme a la molicie. Sin embargo, qué terrible, no puede ser. Mi secuestro urbano está planeado hasta el día 31 de julio.
Secuestro urbano. Pensaréis, la zorra esta ha perdido el juicio, ¿no es ella, siempre tan pesada y machacona, la que no para de decir, con su aire pedante, lo bien que se lo pasa en su Corte? Sí. No os voy a quitar razón. No seré yo quien hable mal de la capital de nuestro reino. La Corte es fascinante de octubre a mayo, pero, en verano, se torna horrorosa. No es sólo por el calor incesante, que sube desde el asfalto y va quemando por doquier, sino también por el éxodo de proporciones bíblicas que éste conlleva. En verano, los urbanitas abandonan el barco como ratas y la Corte, tan bulliciosa siempre, se convierte en algo más parecido al desierto del Sáhara. A ello hay que sumar decenas de modernas que dicen, pues yo me voy a Bari en verano; pues yo, que soy más zorra, a Ibiza; pues yo, que soy más rica, a Menorca; pues yo, que soy más fina, veraneo en Biarritz; pues yo, que soy caritativa cual madre Teresa, me voy a las misiones (por si pillo un buen negraco). Como veis, un infierno.
En fin, menos mal que, en tanto no llegan las vacaciones, todavía me quedan pequeños divertimentos. También me queda gente por compartir estos desiertos días, de lo contrario, a punto estaría de abirme las venas. Y tengo aire acondicionado en el trabajo, ¿de qué me puedo quejar? En fin. He de consolarme pensando que lo mejor de las vacaciones, no son las vacaciones en sí, sino el deseo de que las vacaciones lleguen pronto. Y yo las deseo. Fervientemente.
Secuestro urbano. Pensaréis, la zorra esta ha perdido el juicio, ¿no es ella, siempre tan pesada y machacona, la que no para de decir, con su aire pedante, lo bien que se lo pasa en su Corte? Sí. No os voy a quitar razón. No seré yo quien hable mal de la capital de nuestro reino. La Corte es fascinante de octubre a mayo, pero, en verano, se torna horrorosa. No es sólo por el calor incesante, que sube desde el asfalto y va quemando por doquier, sino también por el éxodo de proporciones bíblicas que éste conlleva. En verano, los urbanitas abandonan el barco como ratas y la Corte, tan bulliciosa siempre, se convierte en algo más parecido al desierto del Sáhara. A ello hay que sumar decenas de modernas que dicen, pues yo me voy a Bari en verano; pues yo, que soy más zorra, a Ibiza; pues yo, que soy más rica, a Menorca; pues yo, que soy más fina, veraneo en Biarritz; pues yo, que soy caritativa cual madre Teresa, me voy a las misiones (por si pillo un buen negraco). Como veis, un infierno.
En fin, menos mal que, en tanto no llegan las vacaciones, todavía me quedan pequeños divertimentos. También me queda gente por compartir estos desiertos días, de lo contrario, a punto estaría de abirme las venas. Y tengo aire acondicionado en el trabajo, ¿de qué me puedo quejar? En fin. He de consolarme pensando que lo mejor de las vacaciones, no son las vacaciones en sí, sino el deseo de que las vacaciones lleguen pronto. Y yo las deseo. Fervientemente.
miércoles, 6 de julio de 2011
Representar el vacío

Hace unos días, escuché una frase que me encantó. Fue obra de uno de los artistas de la galería para la que trabajo. La escultura es una forma de poseer el volumen. Entendido así, este arte no es más que un intento de llenar el vacío. ¿No es una definición preciosa? Simple, fácil de entender, nada pedante. Tan impropia de un artista...
Uno por su cuenta, que no es nada artístico, ha seguido pensando y se ha preguntado, ¿y el vacío qué? ¿Quién se encarga de representarlo? El arte siempre llena las cosas, el vacío, el silencio, el espacio; pero es incapaz de representar la ausencia de las mismas. Aún así, recuerdo que Chillida, en su polémico proyecto para Timanfaya, pretendía crear un vacío. Los conceptualistas, con sus lienzos en blanco, trataban de sugerir también lo mismo. Los expresionistas abstractos, planteándose la posibilidad de que pudiese no haber nada, aterraban al espectador, conduciéndolo a la tortura de lo sublime. Todos ellos han tratado de expresar la nada, pero siempre a través de algo. Materialidad, inmaterialidad. Curiosa paradoja y rotundo fracaso.
Y os preguntaréis qué hace éste hablando de estas chorradas pseudofilosóficas. Pues no lo sé. Me estoy fijando en mis paredes, llenas de láminas, al mismo tiempo que pienso en el vacío. A lo mejor, cubriendo todos los huecos blancos de la pared, trato de convencerme de que hay algo. He ahí el quid de mi horror vacui. Quizá, pienso ahora la irrepresentabilidad del vacío implica su no existencia. Y una mierda que te comas, zorra, diría el señor Sartre, al final, únicamente queda la nada. Ay. Estoy de un existencialista que no me soporto...
Uno por su cuenta, que no es nada artístico, ha seguido pensando y se ha preguntado, ¿y el vacío qué? ¿Quién se encarga de representarlo? El arte siempre llena las cosas, el vacío, el silencio, el espacio; pero es incapaz de representar la ausencia de las mismas. Aún así, recuerdo que Chillida, en su polémico proyecto para Timanfaya, pretendía crear un vacío. Los conceptualistas, con sus lienzos en blanco, trataban de sugerir también lo mismo. Los expresionistas abstractos, planteándose la posibilidad de que pudiese no haber nada, aterraban al espectador, conduciéndolo a la tortura de lo sublime. Todos ellos han tratado de expresar la nada, pero siempre a través de algo. Materialidad, inmaterialidad. Curiosa paradoja y rotundo fracaso.
Y os preguntaréis qué hace éste hablando de estas chorradas pseudofilosóficas. Pues no lo sé. Me estoy fijando en mis paredes, llenas de láminas, al mismo tiempo que pienso en el vacío. A lo mejor, cubriendo todos los huecos blancos de la pared, trato de convencerme de que hay algo. He ahí el quid de mi horror vacui. Quizá, pienso ahora la irrepresentabilidad del vacío implica su no existencia. Y una mierda que te comas, zorra, diría el señor Sartre, al final, únicamente queda la nada. Ay. Estoy de un existencialista que no me soporto...
viernes, 24 de junio de 2011
Tarde de piscina

Cuando voy a la piscina no puedo evitar sentirme dentro de un cuadro de Hockney. Allí estoy yo, tirado en el césped, con mi bañador nuevo, toalla a juego y sombrero de paja. Vamos, color de pelo aparte, un Tadzio redivivo. Delante de mi pasean, con parsimoniosa indiferencia, las sirenas, una corte de muchachos ambiguos, de cuerpos morenos, músculos marcados y escuetos trajes de baño. Todo como salido de un anuncio de Dolce&Gabana. Excesivo y hortera, pero tentador al mismo tiempo.
Y os preguntaréis qué hace un remilgado como yo en un sitio así, la piscina más marica de la capital de nuestro reino. ¿Qué tengo yo que ver con tal desfile de jamelgos? Lo ignoro. Cuando voy a la piscina siempre pienso que mi yo decimonónico y decadente nada tiene que ver con estos chicos fabricados en serie. Guapos, aparentemente alegres y ruidosos. Sin embargo, no puedo dejar de sentirme atraído por ese lugar. No sólo por las evidentes alegrías que aporta a la vista, sino también por mera curiosidad antropológica, extrañeza al constatar que personas tan distintas puedan compartir el mismo tiempo de ocio y el mismo reducido espacio.
De todas maneras, a pesar del placer de una tarde ocio tranquilo y ordenado, cuando regreso a casa siempre me invade cierta melancolía. En el fondo, creo que envidio a toda esa gente hermosa y trivial. Me gustaría ser un poco como ellos, deseado y deseable. Sí, mis queridos lectores, ya lo sabéis, la vanidad es mi peor defecto.
lunes, 20 de junio de 2011
La crisis del sombrero de plumas

Hay días realmente extraños en la vida de uno. Muy extraños. Hoy ha sido uno de ellos, pues me he sentido como Winona Ryder. Como podréis apreciar, dada la fama e indudable prestigio internacional de esta actriz, gran amiga de lo ajeno, ha sido una jornada digna de recordar. Os la explico, a fin de que podáis hacer escarnio de mi triste suerte y maldecir de mi pobre intelecto.
Esta mañana decidí que sería bueno comprarme un bañador nuevo. Sí, uno de estos cortos, muy cortos. Al fin y al cabo, uno se encuentra ya en disposición de enseñar las piernas. Total, que me lo compré e iba yo tan contento por la Corte. Sin embargo, en mi afán consumista, decidí acudir a uno de esos supermercados de la moda. Craso error. La diosa del Prêt-à-porter decidió vengarse de mi en forma de sombrero de plumas. Sí, plumas, de faisán. Pues bien, allí entré, como decía, en la tienda con mi sombrero. Todo tranquilo y plácido. La tragedia se desencadenó al salir. La alarma de la salida sonaba. De pálido, me torné en el más encendido encarnado. El cancerbero que guarda la entrada del establecimiento me dio el alto, preguntándome dónde y, más importante, cuándo había adquirido yo tan hermoso sombrero. Le respondí que hacía tiempo lo había comprado en el mismo lugar. Al buen hombre no le bastó con mi palabra. A pesar de que uno es honrado, tuvo que comprobar en las cámaras que yo, efectivamente, había entrado en la tienda con el sombrero en la cabeza.
Teniendo en cuenta lo ocurrido, os podréis imaginar mi indignación y vergüenza. ¿Ahora con qué cara me presentaré yo en la misma tienda? ¿Qué pensarían las personas que pasaban? ¿Me confundirían con un vulgar raterillo? Eso debió pasar, seguro que se han dicho a sí mismos, "la zorra del sombrero de plumas es una choriza". Y sí, uno podrá parecer una zorra choriza, pero, en el fondo, es una zorra honrada. Así es la zorra. Quién la conoce, lo sabe.
miércoles, 15 de junio de 2011
Higiene mental y empalago emocional

Procuro salir a correr cada día. No sólo por deporte y para mantener la figura, cosa muy necesaria en estos tiempos, sino también por higiene mental. Sí. Con un rato corriendo por el parque, consigo que mi cabeza se vacíe de todo el agobio acumulado durante el día y logro, al fin, razonar con un poco de cordura. En muchas ocasiones, las más, hago balance, pienso qué es bueno y qué lo malo que he hecho en todo el día. Otras veces hago previsión, pienso en qué debería hacerse al día siguiente. Finalmente, en algunas ocasiones, las menos, me dejo ir. Esos días me fijo en alguien, en cualquiera, e imagino quién es, cómo vive, qué inquietudes tiene, qué deseos.
Ayer fue una de esas raras veces en las que se dio la última opción. Como dice la protagonista de Desayuno con diamantes, yo había tenido un día rojo. Una de esas jornadas en las que piensas que mejor hubiese sido no haberse levantado de la cama. A pesar de ello, haciendo acopio de moral, decidí salir a correr por el Retiro. Cuando ya estaba acabando el recorrido, me fijé en dos chicos. Acaban de llegar de patinar. Tendrían veintiuno o veintidos años, ambos muy monos, delgaditos, con media melena oscura, sonrientes. Los dos estaban peleando, pero no con afán de hacerse daño, sino con el deseo de tocarse, de estar juntos. Era una cariñosa lucha entre risas. Más tarde, volviendo yo a casa, los encontré al lado de la boca del metro, alternando sonrisas y besos. Todo edulcoradamente delicioso.
Al rato, comencé a imaginar cómo se habían conocido, cuánto tiempo llevaban juntos y si ya se habían dicho "te quiero" uno al otro. Intenté proyectarme en ellos y, sin poder evitarlo, apareció el gusanillo de la envidia. A mi también me gusta que me digan cosas bonitas, que me besen a la entrada del metro y poder decir que quiero a alguien. Esos dos chicos eran el ideal que cualquier zorra sentimentalista y romanticona quisiera vivir. Eran el ideal que todo buen Fernando podría representar.
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lunes, 30 de mayo de 2011
Il trionfo del tempo

Me decía una amiga ayer que es curioso que celebremos los cumpleaños, pues celebramos que nos acercamos más a nuestro final. Es como si festejásemos que la vida se nos va escapando poco a poco. Me decía también ayer alguien especial que nuestra vida es música. Sólo es plena cuando llega a su fin y, cuando acaba, irremediablemente, se desvanece.
...
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, 1968
...
Georg Friedrich Händel, Il trionfo del tempo e del disinganno, "Tu del ciel ministro eletto"
Debora York
Concerto Italiano
Rinaldo Alessandrini
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viernes, 27 de mayo de 2011
Planes para un fin de semana
- Dormir. Al menos ocho horas cada noche. Levantarse antes de las nueve y media debería estar prohibido.
Ludwig van Beethoven, Trío para piano en si bemol mayor, op. 97, "Trío del archiduque"
- Comer. Pollo con almendras, tortilla de patatas, guiso de guisantes, parmigiana de berenjena. Delicioso.
- Leer. Purga de Sofi Oksanen, José y sus hermanos II de Thomas Mann.
- Escuchar música. Le nozze di Figaro en el Teatro Real y, en mi habitación, Barenboim, Zukerman y du Pré tocan el Trío del Archiduque.
- Ir al mercado. Después de una semana trabajando bien merezco un kilo de cerezas y una bolsa repleta de albaricoques.
- Ir de compras. Una perfecta camiseta marinera y un sombrerito de paja me esperan. El verano ha llegado a la corte.
- Pasear. Feria del Libro en el Retiro y domingo en el Barrio de Salamanca.
- Hacer deporte. Una hora corriendo al día es la cura perfecta a cualquier exceso gastronómico.
- Festejar. Venticuatro años. Horror, horror, horror...
Ludwig van Beethoven, Trío para piano en si bemol mayor, op. 97, "Trío del archiduque"
Pinchas Zukerman, violín
Jacqueline du Pré, violonchelo
Daniel Barenboim, piano
viernes, 20 de mayo de 2011
À rebours

En su obra La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social (1977), Elisabeth Noelle-Neumann explica por qué, en la época de la comunicación de masas, los individuos deciden expresar o, por el contrario, callar sus pensamientos. Noelle-Neumann pensaba que había dos tipos de opiniones, las estáticas y las cambiantes. Con respecto a las primeras, el individuo puede optar por manifestarse de acuerdo con ellas o permanecer aislado. En tanto a las cambiantes, si el individuo cree que el cambio coincide con sus opiniones personales las expresará. Si no está de acuerdo, optará por permanecer en silencio.
Quien os escribe, como el personaje de Huysmans, prefiere ir a contracorriente y no verse absorvido por la espiral de silencio. Ayer, un buen amigo me decía que no tengo edad para pensar, debo luchar, actuar. Asimismo, me decía que mi razonable y tranquilo individualismo de nada sirve. La fuerza está en la masa. Ésa es ahora la opinión mayoritaria. Y yo me niego a pensar así. Por una parte, antes de actuar, prefiero pensar en cuáles serán las consecuencias de mis actos. No hacerlo, supone convertirse en un ser manipulable o, peor aún, en un salvaje que se mueve únicamente por aquello que le apetece en cada momento. Por otra parte, la palabra masa me retrotrae a los años treinta, apesta a fascismo y comunismo, me parece abobinable. Pertenecer a una masa nos hace perder nuestra individualidad, nuestro propio juicio e, incluso, nos lleva a perder el control. No. No he luchado tanto para ser diferente como acabar ahora perdido en un tumulto.
Con todo esto que acabo de decir, perspicaces vosotros, pensaréis que no estoy de acuerdo con lo que está pasando estos días en Madrid. Erráis. Bueno, erráis en parte. Me parece muy legítimo lo que esa gente pide, oportunidades, regulación, limpieza... Sin embargo, lo que no me parece legítimo es la forma en la que se pide. No se reclama todo esto desde la claridad de las ideas, a través de un razonamiento tranquilo. Se hace desde la suciedad y crudeza de las vísceras. A pesar de ello, se justifica en función de una idea más importante, todo debe cambiar. Estoy de acuerdo. El problema es que, si los cambios no se producen utilizando los cauces del sistema actual, todo cambiará para que todo siga igual. Aún así, me gustaría saber qué pensará de esto Carlos III, tan despóticamente ilustrado. Subido a su caballo, lleva tiempo contemplando espectáculos similares. Habré de preguntarle.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Esperando a Tatiana Dimitrevna

Queridos míos, inaugurando lo que puede ser un ciclo internacional, esta semana me he tornado en una zorra pro-rusa. Sí hijos, sí. Y yo me pregunto qué sabéis vosotros, ilustrados lectores, de la Federación Rusa. Efectivamente. Ese país donde vive gente maravillosa y, en el tema de política, ha habido algunos cambios. Miss Melilla 2011, cráneo privilegiado, dixit. Pues bien, frivolidades a parte, os voy a explicar qué tengo yo con Rusia.
Esta semana he descubierto que me encanta la literatura rusa. Dostoievski siempre me ha gustado, aunque, secretamente, he de decir que lo encuentro un poco gris, un poco pelma. Sin embargo, recientemente, me he encontrado con Tolstói. La lectura de Ana Karenina me esta dejando impresionado. Ojalá pudiese vivir yo un adulterio como ese. Tanto es así, que el volumen de casi medio kilo me acompaña a todas partes. Por las noches, acompañado del Concierto para violin en re mayor de Tchaikovsky, provoca un placer inenarrable. Deliciosamente ruso.
Sin embargo, lo que pone la guinda al pastel, es la inminente llegada a la Corte y a mi pequeño convento de la que podemos llamar Tatiana Dimitrevna, substituta temporal de una de mis compañeras de piso, a quien, cafetera y gas encendidos a parte, adoramos. Dicen que es de fiar, pero ¿quién sabe? Me llaman alarmista, pero yo estoy convencido de que nos va a llenar la casa de horteras cantantes armenios, terroristas chechenos o, peor aún, de camorristas albano-kosovares. Los rusos y su proberbial solidaridad con otros pueblos eslavos... En fin, para cubrirme las espaldas, tendré que acabar por hacerme amigo del señor Putin o devoto del señor Lenin. Sí eso último haré. Al fin y al cabo, el rojo soviético siempre me ha sentado muy bien.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Dionisio contra Apolo

Podría ser en Palermo, en el siglo XII. Roger II se ve arrastrado por un culto nuevo, por un dios desconocido. También podría ser cualquier ciudad actual. Una acomodada pareja burguesa se ve amenazada por una nueva ideología, en la que sexo y drogas son los protagonistas. Esta idea de contemporaneidad es lo que Krzysztof Warlikowski, director de escena del último montaje de la ópera Król Roger, quiere transmitir al público del Teatro Real.
Król Roger fue compuesta por el compositor polaco Karol Szymanowski y estrenada en Varsovia en 1926. El libreto, elaborado por el compositor y su pareja Jaroslaw Iwaszkiewicz, se basa en Las Bacantes de Eurípides y en El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, así como en las propias experiencias de Szymanowski en Sicilia y el norte de África. Al igual que en la obra del filósofo alemán, en la ópera aparece constantemente la lucha dialéctica entre equilibrio y desequilibrio, cristianismo y paganismo, Eros y Tánatos, Dionisio y Apolo. Ello provoca en todo momento una gran tensión en la psicología de los personajes, que se expresa en unas melodías que nos recuerdan a Richard Strauss, Stravinsky y Debussy.
Valiéndose de este material, el director de escena, convirtiéndose en autor, superpone una nueva creación. En ella logra agrupar muchas de las manifestaciones artísticas de las últimas décadas. Así nos encontramos con una obra de arte total, donde tiene cabida el teatro, la música, el cine, el videoarte, la danza y la instalación. Warlikowski logra una obra más que provocativa, provocadora, que se burla del conservador teatro alla italiana y se complace en sus abucheos. Una incomprendida y barroca delicia para los sentidos.
Król Roger
Karol Szymanovski (1882-1937)
Dirección musical de Paul Daniel
Dirección escénica de Krzysztof Warlikowsy
Del 25 de abril al 14 de mayo en el Teatro Real.
domingo, 1 de mayo de 2011
Ideas impertinentes

- Sabes que Bach te hace recordarme.
- Sus variaciones me recuerdan a ti y me ayudan a dormir.
- Las Variaciones Goldberg se compusieron en 1741 para ayudar a dormir a un conde.
- Lo sé, Fernando.
- Tú, mi pequeño histérico, no eres un conde. Eres sólo un simple.
- Otra vez... ¿Por qué no te olvidas de mi?
- Creo que deberías invertir la pregunta. ¿Por qué tú no te olvidas de mi?
- Yo intento olvidarme de ti, trabajo en ello todo el tiempo, Fernando.
- ¿Pero?
- Pero apareces todo el rato. Cuando suena Bach, Tchaikovsky o Strauss, ahí estás. Escondido detrás de toda la música que escuchamos juntos, detrás de cada cosa que aprendí de ti.
- Y entonces recuerdas mis caricias, mis abrazos y mis besos. Sí, ya me sé todo ese cuento. Quizá deberías dejar a Bach y todas esas ensoñaciones de zorra sentimentalista. Sin duda harías dormir al conde, eres tedioso.
- Tus caricias fueron cortas, tus abrazos débiles y tus besos fingidos. No hay mucho que recordar. Al fin y al cabo, nunca has existido realmente. Te idealicé, eres sólo el sueño de un idiota, una triste idea.
- Una idea que te atormenta.
- Un tormento de idea, Fernando.
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jueves, 28 de abril de 2011
Venganzas y contrastes

Tras un tiempo de intensa sequía intelectual, vuelvo a disfrutar de la cultura. Así, a cada paso, me encuentro películas que me encantan, melodías que me cautivan, espectáculos que me fascinan y libros que me subyugan. Recientemente, me ha atrapado El color prohibido, maravilloso libro escrito por el japonés Yukio Mishima y publicado en 1953.
Al parecer, en japonés la palabra "color" se utiliza también para designar el amor erótico. Sí, el lejano oriente siempre tan metafórico... "Color prohibido", por tanto, aludiría a un erotismo imposible, socialmente inaceptado. Esta idea de imposibilidad planea a lo largo de todo el libro. Sunshuké Hinoki, viejo escritor en la cumbre de su fama, desea vengarse de las mujeres. Su edad y su posición se lo impiden. Para consumar su venganza se vale del joven y bellísimo Yuichi, personaje amoral que acaba por convertirse en una marioneta en manos del escritor. Sin embargo, la belleza del muchacho y el deseo del viejo pronto tornarán en imposible el acuerdo entre ambos.
El planteamiento es sencillo. Sin embargo, el libro acaba por convertirse en un brillante juego de contrastes. Vida pública y vida privada, belleza y fealdad, juventud y vejez, vida y muerte. Todo narrado en un lenguaje aséptico, pero que, a la vez, va desgarrando, uno por uno, a todos los personajes. Y es que, en un libro en el que todos los personajes son culpables, el narrador, frío e impasible, no tiene más remedio que actuar como juez. Juez del delicioso sufrimiento oriental.
Yukio Mishima, El color prohibido
Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla
Alianza editorial 2010.
Excéntrico Bach
Me encantan las noches de lectura. Tolstói me apabulla con su torrente de palabras. Glenn Gould, sentado en su silla astrosa, toca el piano y canturrea para mi. ¿Qué más puedo pedir?
Johann Sebastian Bach, Goldberg Variations BWV 988, "Variation 25".
Glenn Gould, versión de 1981.
jueves, 14 de abril de 2011
De violines, cisnes y ballets

El ballet siempre me ha suscitado un aburrimiento mortal. Sólo mujeres frágiles y hombres amanerados dando vueltas y más vueltas sobre sí mismos hasta que cae el telón. Sin embargo, hace unos días, vi Black Swan, película dirigida por Darren Aronofsky y protagonizada por Natalie Portman. Con ella descubrí que, a la fragilidad y amaneramiento de los clásicos ballets rusos, subyace un profundo pathos. Belleza y sufrimiento, el eterno binomio. Y es que la protagonista acaba por sucumbir a la lucha entre Odette, el cisne blanco, y Odile, el cisne negro. Una lucha que acaba por romper las barreras entre realidad y ficción, generando así una obra de arte perfecta y total.
Junto a lo anterior, lo que realmente impresiona de la película es el uso que hace de la música. Tchaikovsky y El lago de los cisnes son dos personajes más o, mejor aún, son el hilo conductor de la historia. Tanto es así que el solo de violín del primer acto del ballet (en el vídeo) me ha venido persiguiendo estos días. Tan lírico, tan agónico, una verdadera tarta de merengue.
Tan impresionado me he quedado que mi interés por Tchaikovsky, compositor al que adoro, se ha redoblado. Antes despreciaba su música escénica, que me parecía vacía y un tanto hortera. Ahora creo que aquella está a la altura de la Patética o del sublime Concierto para violín. Además, lo más loable es que me han entrado ganas de comprar entradas para el ballet, ver vídeos de ballet, fotos de ballet, leer sobre ballet... Creo que, en breve, mi amaneramiento y yo vamos a comenzar a dar vueltas sobre nosotros mismos. Hasta que caiga el telón.
lunes, 11 de abril de 2011
Complejo de Polícrates

Polícrates fue durante el siglo VI a.C. tirano de la isla egea de Samos. Aunque accedió al poder mediante un golpe de Estado, las obras públicas de su gobierno mejoraron ostensiblemente el nivel de vida de su pueblo. Todo ello henchía de felicidad a Polícrates. Sin embargo, al mismo tiempo, le hacía tremendamente infeliz. Temía que los dioses sintiesen envidia de él y le castigasen. En definitiva, Polícrates sentía miedo de su propia felicidad.
Como el tirano griego, quien os escribe siente un poco de temor ante su pequeña primavera. Todo me está saliendo muy bien. En septiembre llegué a la Corte sin nada. Era casi un perdido. Ahora tengo un trabajo estable, unas prácticas estimulantes e ilusionantes, encargos puntuales y, no menos importante, sigo tan delgado como siempre. Se puede decir que soy un poco feliz. A pesar de ello, me inquieta que, tras esta felicidad, pueda esconderse una desgracia que venga a equilibrar la balanza. ¿Qué tengo que perder para que todo siga como siempre?
A pesar de todo, trato de convencerme de que el temor es infundado, de que tal equilibrio es una superstición, de que va a ser siempre como ahora. Inútil. Ya lo dice la sabiduría popular, tan folclórica ella, lo que sube, por fuerza, ha de bajar. A esperar toca...
jueves, 7 de abril de 2011
Exultante barroquismo

Como sabéis todos los que habitualmente prestáis atención a mis desvaríos, uno es una persona muy barroca. Sí, tremendamente barroca. No sólo por mi gusto por todo lo artificioso, sino también porque, con tremenda facilidad, paso de un afecto a otro. Así, la más profunda melancolía, con rapidez pasmosa, puede tornarse en la alegría más exultante.
Últimamente, mis queridos lectores, estoy en la fase de alegría exultante. Hoy me he dado cuenta. Generalmente, el jueves es el día en el que me muero de cansancio y maldigo mi triste suerte. Sin embargo, hoy mientras pedaleaba hacia mi trabajo alimenticio de las tardes, me dije a mi mismo, "Mi pequeño histérico, vuelves a ser tú de nuevo". Desde mi regreso a la Corte en septiembre, no había vuelto a tener esa sensación, esa idea de que la vida va rodando hacia el objetivo marcado. Ahora veo que mi esfuerzo conduce a algún sitio. Ya no estoy perdiendo el tiempo atendiendo esperanzas vanas.
Sin embargo, lo que me hace exultar todavía más es que he conseguido llegar a este sentimiento por mi mismo. Hasta ahora, he buscado que reconozcan mis méritos, que me estimen, que me quieran... En definitiva, ser feliz a través de otros. Ahora, sin Fernando a la vista, puedo decir que estoy a gusto conmigo mismo y sí, soy un poco más feliz. ¿Será el sol, serán los primeros calores? No lo sé, pero ojalá mi pequeña primavera dure para siempre.
domingo, 3 de abril de 2011
Sentado en la tribuna

Por primera vez, he sido yo quien te ha visto desde arriba. Sí, desde una tribuna. Estabás más guapo, más delgado, pero más guapo. Tienes de comer más, Fernando, de lo contrario no va a haber quien te quiera. El pelo más corto te favorece mucho, aunque te has pasado con la cera. Siempre lo haces. Yo, como un tonto, te ayudaba a lavarte la cabeza, te acercaba la toalla y, con brío, te secaba los cabellos. ¿Lo recuerdas? Al final, como en todo, yo era el único que acababa empapado.
Me preguntas qué he sentido al volver a verte. Nada. Bueno, no voy a mentir. Algo de nostalgia. De vez en cuando, te echo de menos. Más de lo que quisiera. Aunque una parte de mi piensa lo contrario, la otra, la buena, se alegra de que seas feliz. Me duele que no hayas querido ser feliz conmigo. No quisiste, ¿qué he de hacer? Recordé la primera vez que nos vimos en esa misma tribuna. Beethoven sonaba. Cuántas cosas han pasado desde entonces y cuánto daño me he hecho.
Hiciste que aprendiese tantas cosas... Tchaikovsky, Prokofiev, Brahms y Strauss ya no son los mismos. Y, Bach, sobre todo Bach, y su chacona, desnuda y trágica. La chacona de mi desgracia. Ya lo ves, por lo menos, no me pasa como Andrea, la protagonista de Nada, el libro que nunca me dedicaste. Yo puedo decir que he sacado algo, más que un recuerdo.
Felices veintitrés, Fernando, te seguiré viendo, aunque sea de lejos, en una cómoda tribuna.
martes, 29 de marzo de 2011
Autocomplaciente envidia

- Eres débil.
- ¿Otra vez así, Fernando?
- Eres débil. No has podido deshacerte de mi.
- Te había hecho desaparecer. Aquel domingo dije que no quería verte más. ¿Lo recuerdas?
- Débil y mentiroso. No te has deshecho de mi todavía. Sigues leyendo lo que escribo. La envidia va a matarte.
- Envidia... ¿Quién no envidiaría el allegretto que es ahora tu vida? ¿Quién no suspiraría por esos ojos verdes, que ahora te miran? Es difícil no sentirse desgraciado ante tamañas oleadas de edulcorada felicidad.
- Ése es tu problema, triste y pequeño histérico, la envidia es el motor de tu pobre existencia.
- Tu motor es es la autocomplacencia, bien lo sabes Fernando.
- Lo sé. Pero, por lo menos, mi autocomplacencia no provoca la frustración a la que tu estás sometido.
- ¿Frustración? Fernando, no me hagas reír. ¿Por qué iba yo a estar frustrado?
- Porque nunca consigues lo que quieres. Te paseas imitando a tus anticuados modelos, actuado como si fueses culto y refinado. Todo para esconder tu simpleza y mediocridad
- Simpleza y mediocridad. Es triste, Fernando. Ni Freud y Jung juntos hubiesen llegado a tan brillante conclusión. Un potosí ha perdido el psicoanálisis.
- No te defiendas ahora con sarcasmos. Sabes que es patético.
- ¿Qué otra cosa me queda ahora?
- Llorar, llorar por aquello que quieres y que se aleja. Eso es lo único que te va a quedar, siempre.
domingo, 6 de marzo de 2011
Chardin o el silencio

La quietud se ha adueñado del Museo del Prado. Y es que, si algo se puede destacar de la obra de Jean Siméon Chardin (1699-1779) es el ambiente de profunda serenidad que transmiten sus obras. Unas obras que, según Pierre Rosenberg, comisario de la exposición, se definen con una sola palabra, silencio.
La exposición que presenta el Prado, primera monográfica que se le dedica al pintor en España, reúne 57 piezas que resumen perfectamente la escasa producción de Chardin. Se trata de una trayectoria que comienza con unas naturalezas muertas que, en palabras de Diderot, tratan de hacer bello lo que se considera feo. De esta época son La raya (1725-1726) o Liebre muerta con zurrón y petaca de pólvora (1728).
En una segunda sección, la figura humana irrumpe en la obra de Chardin. En estas escenas de género, fechadas a partir de 1733, el mundo infantil y juvenil tiene un gran protagonismo y es tratado con gran ternura. Los niños de Chardin se hallan absortos en su juego y sumidos en un ambiente de profunda calma. De esta época destacan Pompas de jabón (1734), La niña del volante (1737) o El benedícite (1740), regalo del pintor a Luis XV.
La exposición finaliza con una serie de naturalezas muertas, todas ellas posteriores a 1748. Estas se distinguen de las primeras por el empleo de una mayor variedad de objetos y por la uso de composiciones más complejas. De entre todas las pinturas, destaca Ramo de claveles, tuberosas y guisantes de olor en un jarrón porcelana (h. 1755), verdadero anticipo de lo que será el género floral en el impresionismo y, concretamente, en la obra de Henri Fantin-Latour.
Por todo lo anterior, la exposición permite al visitante, especialista o profano, adentrarse en la obra de Chardin, un pintor poco conocido, pero contemporáneo de Watteau, Boucher o Fragonard. Un pintor admirado por Cezánne, Matisse, Picasso o Lucian Freud. Un pintor que, en sus propias palabras, se sirve de los colores, pero pinta con el sentimiento.
Chardin 1699-1799
Museo Nacional del Prado
Del 1 de marzo al 29 de mayo de 2011
Salas A y B, planta baja. Edificio Jerónimos.
Pérdida

Esta mañana dos amigos han dejado de serlo. No hubo discusión alguna, ni gritos, ni lágrimas. Cada uno seguía sintiendo cariño por el otro. Simplemente, uno de los dos no pudo seguir con la amistad. Compartir parte de su vida con el amigo le hacía feliz y, a la vez, tremendamente desgraciado. Porque la infelicidad pesaba más, aquel decidió romper. Por cobardía, valientemente... Poco importa.
Vimos a los dos amigos, explicando uno y tratando de comprender el otro por qué habían acabado así. Los vimos después despidiéndose, abrazados, deseándose cosas bonitas.
- Cuídate, cuídate mucho.
- Lo haré.
- Si me necesitas, ya sabes dónde buscarme.
- No me mires así, por favor.
- ¿Cómo quieres que no te mire así?
- No me mires así o acabaré por echarme a llorar. Ve, ve, por favor.
Vimos, finalmente, como uno de ellos se quedaba mirando al otro que, cabizbajo, se iba alejando. Hasta que la ciudad, grande y fría, lo hizo desaparecer.
viernes, 4 de marzo de 2011
Inexorables preguntas
Hay un momento inexorable en el que todo ser humano se pregunta "¿Qué he hecho?". Creo que quien os escribe está en esa fase ahora. ¡Qué terrible! Ante ella, sólo se puede reaccionar de tres maneras, riendo, llorando o tirándose de los pelos. Y sí, uno, que es muy dado a los desórdenes emocionales, ha experimentado todas esas reacciones.
A pesar de la risa, el llanto y las agresiones al cuero cabelludo, nada recomendables, la pregunta sigue siendo qué he hecho, qué he hecho. Pues, queridos míos, he hecho de todo. Tanto, que ahora no sé cómo deshacerlo. He intentado varias cosas. Agarrarme a esperanzas vanas, callarme, ignorar el problema, disimular un poco, fingir, volver a callarme y dejar el teléfono sonar. Pero el teléfono, valiente hijo de perra, sigue sonando. No se cansa, no me deja descansar. Yo me engaño, hago como si nada pasase, como si todo fuese un sueño, como si se confundiese mi oído. Todo es inútil.
Y claro, por fingir, por pretender soltar lastres emocionales y afectivos, me llaman cobarde. Ignorantes y osadas ellas. No saben que lo más difícil y, por ende, lo más valiente es deshacerse de aquello que, fervientemente, deseamos. De aquello que, con fervor, deseamos y, tristes de nosotros, sabemos que nunca podremos tener. Ho detto.
sábado, 26 de febrero de 2011
Delirios de una zorra existencialista

Medita cómo le ha engañado la Prudencia,
cómo confiaba en ella siempre - qué demencia-,
que le mentía: "Mañana que hay tiempo bastante."
CAVAFIS, Poesía Completa.
Leyendo el pasaje anterior, esta tarde me he puesto a llorar. Ha empezado flojito, como si orballase, pero luego ha arreciado, convirtiéndose en un llanto persistente. Las lágrimas corrían como si de un gran chorro se tratase. Era imparable. Tchaikovsky y su trío para piano no contribuyeron a mejorar nada. Después, la muerte de Violeta en La Traviata me hundió bajo una losa de melodrama. Era como un nudo que cuanto más te empeñas en desenredar, más enredado se torna.
Y todo por qué, sólo bastó una frase, "Mañana que hay tiempo bastante". En ella está la raíz del problema, la Prudencia, un monstruo de tres cabezas, y el futuro, siempre incierto. En lo que llevo de vida siempre he tenido la prudencia de preocuparme de qué voy a hacer mañana, de qué voy a ser mañana y de cómo conseguirlo. Ahora, por el contrario, estoy en un momento en el que no sé qué voy a hacer, en el que no sé qué quiero ni cómo conseguirlo. Siempre ha sido una etapa tras otra y ahora solo me queda el vacío. Y el vacío no es para mi sublime, como en un cuadro de Friedrich, es agobiante, como en una novela de Camus. Sí, queridos míos sí, hoy soy la zorra existencialista. Todo muy años cuarenta.
Menos mal que luego una persona muy especial me ha salvado. Me ha recordado que, a pesar de todo, todavía conservo cosas buenas y que mejores están por llegar. A ello trato de agarrarme. Sin embargo necesito que todo vuelva a rodar, poder volver a rodearme de cosas hermosas y volver a la vitalidad de antaño. ¿Dónde está mi yo mordaz? ¿A dónde se ha ido mi sarcasmo? El tiempo lo ha barrido todo, lo ha consumido.
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viernes, 25 de febrero de 2011
Dos despropósitos y una tarta de Balaguer

Queridos míos, llevo una época en la que no hago más que contaros desgracias. Que si la chacona me hace llorar, que si San Valentín me deprime, que si Fernando me hace esto o aquello. ¿Dónde ha quedado mi yo frívolo? Ahora sólo soy un patético ganso histérico, que hace de este espacio el catálogo de sus graznidos. Sé que debo revelarme contra eso, pero no soy capaz. Hoy he intentado escribir un texto frívolo. He fracasado dos veces. Os explico los intentos. Así podréis hacer escarnio de mi triste persona y maldición de mi escuálido intelecto.
Primero, he intentado hablar de mi afición a las cosas buenas. Sin embargo, la triste casualidad hace que las cosas buenas tengan, por fuerza, que ser caras. De todas formas, una vez que uno prueba una onza de chocolate Valrhona, una galleta de Jules Destrooper o una copa Oporto añejo, no percibe el mundo de los sentidos de la misma manera. Y lo mismo pasa con la ropa, la cosmética, el ocio y un infinito etcétera. En ese bucle es muy fácil entrar, pero harto complicado salir. Es el infierno del buen gusto.
Después del despropósito anterior, he intentado hablar de la primavera. Sí, queridos míos. Febo, montado en su cuádriga generadora de cálido estío, ha decidido posarse sobre la Villa y Corte. Con él, además de mis horteras imágenes mitológicas, han llegado los largos paseos y las animadas conversaciones. También ha llegado la esperanza de que la primavera climática traiga consigo una primavera sentimental. Vamos, que estoy dispuesto a meterme en una nueva cárcel de amor. Cuánto daño me han hecho Diego de San Pedro y la novela sentimental...
Como conclusión, creo que ambos despropósitos tienen algo en común. Y es la búsqueda de algo que compense mi depresión post-universitaria. Después de estos meses tan duros, de pérdidas y desengaños, creo que me merezco algo hermoso a cambio. La hermosura la busco en lo delicioso, pero también en el primaveral calor del cariño. Me he convertido de nuevo en una tarta de crema, pero no en una de pastelería de barrio. No. Señores, están ustedes ante una tarta de Oriol Balaguer. La alta repostería se hizo carne y habita entre nosotros.
martes, 22 de febrero de 2011
Filias y fobias

ME GUSTA el chocolate, madrugar, los abrazos, los museos, las bolsas de papel, las naranjas, las gafas de pasta, la música de cámara, los cubiertos de plata, el pescado fresco, el algodón, los besos, las películas tristes, las mañanas, el sol, los periódicos, Guido Reni, el viernes, la ciudad, los perros, las cerezas, la porcelana, la canela en rama, el yogur griego con fresas, leer, las mantas, las bibliotecas, las llaves, los cementerios, el color azul, el granito, las habitaciones blancas, el olor de los libros nuevos, la pintura, las cortinas, el mar, el barroco, la razón, el terciopelo, los teatros, Thomas Mann, los desayunos tranquilos, el cabernet sauvignon, las camisas de cuadros, la porcelana, los mercados, los amigos, los tulipanes, el silencio, pasear, los árboles, los relojes, el tiempo.

NO ME GUSTA peinarme, lo simple, el bacalao, los gatos, el calor, el whisky, la nieve, el olor a fritura, los gritos, las tapias, la ignorancia, los pantalones con muchos bolsillos, la literatura de masas, las babas, las mentiras, las habas, los conciertos de masas, el plástico, la gente irreflexiva, los charcos, el cansancio, la publicidad, las camisetas de asas, los ratones, la franela, la palabrería, los retrasos, los caciques, la humedad, el vino de cartón, el domingo, la oscuridad, los nubarrones, la arrogancia, la ropa deportiva, el asfalto, McDonald's, la castidad, el raeggeton, la comida de ayer, los zoológicos, el gazpacho, Damien Hirst, las hogueras, el desorden, los platos de Ikea, el viento, la altura, las lenguas inquietas, las atracciones de feria, los chalecos, las culebras, el desengaño.
jueves, 17 de febrero de 2011
Dicha en la venganza

- Es curioso...
- ¿Qué es lo que te suscita tanta curiosidad?
- El estado lamentable en el que has acabado, Fernando.
- ¿Lamentable?
- Sí, estás como yo hace tiempo, enamorado, perdido. Es muy gracioso
- Ahora vienes a regocijarte en mi desgracia.
- No, Fernando. Sólo diré que la venganza es algo muy dulce y yo me estoy empalagando.
- Eres cruel.
- Nuestros diálogos se han tornado. No me hagas reír, Fernando. Te están haciendo lo que te mereces. Te están haciendo pasar por lo mismo que me hiciste tú pasar a mi.
- Te hice sufrir...
- Sí, Fernando, me hiciste sufrir. Sin embargo, ver que eres humano, ver que estás sufriendo tu ahora, me hace levitar de puro placer. Ahora sabrás qué es jugar a los amores desiguales.
- ¿Desiguales?
- Desiguales. En los que uno se enamora y el otro se burla. Son muy recomendables para los de tu especie.
- Te burlas.
- No me burlo de vosotros. Después de hacerme reír, acabáis por darme un poco de lástima. De tanto jugar a los títeres, al final, os acabáis enredando con las cuerdas. ¿Podrás tú escapar de los nudos?
lunes, 14 de febrero de 2011
De bombones, rosas y corazoncitos

Todos sabemos que los romanos constituían un pueblo muy especial. Y es que el afán por los banquetes pantagruélicos y el gusto por los espectáculos sangrientos son buenos cimientos para cualquier civilización que se precie. Sin embargo, en muchas ocasiones, sus errores fueron capitales. Y claro, de aquellos polvos han devenido estos lodos.
Uno de los momentos más críticos para la posteridad tuvo lugar el 14 de febrero del año 269. En esa fecha el emperador Claudio II, muy aficionado al comercio, al bebercio y a la engorrosa tarea de matar godos, alamanes y vándalos, decidió dar martirio al monje Valentín. Todo por que el buen hombre había tenido la feliz y conservadora idea de casar a los soldados, desafiando una insignificante orden imperial. Sí, todo muy católicamente decente
Esa transgresión le costó cara a Valentín y ha sido gravosa también para el resto de los mortales. En el siglo V, el monje es canonizado por la Iglesia Católica y, más o menos, desde el siglo XIV, se viene asociando la fiesta de este santo al Amor, sujeto despreciable donde los haya. A partir de entonces, la publicidad nos tortura, dándonos a entender que poco hacemos en este mundo si no tenemos a alguien a quien regalar bombones, rosas o cualquier objeto con forma de corazón. A pesar de ello, quien os escribe, se rebela. Prefiero comerme yo mismo los bombones, deshojar las rosas rojas y rasgar los corazones. Bueno, no. Lo último, no. Engorrosamente sesudo, el imperativo categórico lo impide.
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